Tres mujeres menores de 25 años recorren la Plaza Colón, luciendo narices rojas, rosadas y verdes, inmersas en su rol de payasos. Si les preguntan algo, contestarán lo que su personaje les dicte. “Están en lo que llamamos un ‘estado de clown’”, explica Cecilia Salazar, de la fundación Narices Rojas. A ella la rodean más de 200 personas vestidas con camisetas rojas que llevan escritas las palabras “5K más uno de la risa”.
Las tres jóvenes mujeres son la última generación de clowns hospitalarios, que estudia en la escuela de la fundación. Vestidas con blusas de bolitas, camisetas de rayas, medias nylon verdes, zapatos rojos y todos los colores primarios combinados en el mismo atuendo, cada una luce una nariz que denota su rango.
Michelle Pérez quiere contar lo que hace, se retira del grupo y regresa sin la nariz: “Tengo 19 años y primero fui maestra para niños discapacitados, en una clase de la universidad me enteré de que existía el clown y empecé a estudiar”.
El clown hospitalario, como oficio, tiene su preparación. El año de estudio se divide en un aprendizaje teórico en el que aprenden normas de seguridad hospitalarias y técnicas de clown. Seis meses después realizan la parte práctica.
“Somos recién nacidas y mi nombre es Remedios”, dijo otra de las chicas, absorbida por su personaje, que utiliza para trabajar con los niños, padres, médicos y enfermeras que acuden al hospital público Francisco de Ycaza Bustamante y al León Becerra. Ellas conforman la promoción número 11 de payasitas.
“El clown debe enamorar a la persona, es un apoyo emocional”, detalló Michelle, quien ha conocido en su trabajo a personas que inmediatamente se conectan con el payaso, pero otras son algo reacias.
El grupo de clown hospitalario de la fundación está formado por 60 voluntarios, hombres y mujeres. Lo dirige Raquel Rodríguez. Quienes tienen mayor rango, por su preparación, visten el mandil de doctor, parchado con retazos de colores. Otros tienen inyecciones de plástico y juguetes de hospital.
Son las 08:00 y los corredores profesionales y aficionados de Guayaquil (un par de políticos entre ellos) se han reunido junto a la Plaza Colón para apoyar al clown hospitalario.
La carrera, organizada por la fundación y Fun Sport, es la primera que el grupo realiza. Todos se sienten satisfechos, pues 600 personas se han inscrito en la competencia, que los llevará a recorrer, aproximadamente, 50 cuadras.
A las 08:20, todos los corredores repletaron el teatro José de la Cuadra. La entrenadora érika Segale los orientó para realizar un calentamiento previo. “Bajen, un paso adelante”, indicaba érika a través del micrófono, mientras los corredores alzan los brazos y un vecino sin camiseta miraba, desde su ventana, el desarrollo del encuentro.
Jorge Caicedo, de 65 años, llegó trotando a la plaza. Afirmó que el deporte le ha devuelto la juventud y, ciertamente, sus bien tonificados músculos contrastan, incluso, con los cuerpos de varios jóvenes presentes en el lugar.
Tras el calentamiento, se reunió a los perros con camiseta y ya con toda la gente en la línea empezó la carrera. Los clowns se quedaron, algunos esperando en la meta, otros se subieron a las motos de la Policía.
15 minutos después llegaron los tres primeros corredores, tienen práctica, los delatan sus músculos y la pisada firme. Primero llegó Luis Freire. “Tengo 11 años corriendo y algunos triunfos”, manifestó, destilando sudor por los poros.