El documental “Alfaro Vive Carajo (AVC), del sueño al caos” recoge una entrevista efectuada a finales de los ochenta por Carlos Vera, en la televisora Manavisión, a Pedro Moncada, uno de los dirigentes de la organización subversiva, en donde le consulta cuándo serán devueltas las espadas de los generales Eloy Alfaro y Pedro Montero, que habían sido sustraídas en 1983 por esa organización. El miliciano, con voz entrecortada, responde que lo harán “cuando consideremos que en el pueblo existen condiciones de felicidad reales”.
Al parecer para AVC ese momento de “felicidad real” está encarnado en el actual proceso liderado por Rafael Correa. Diario El Telégrafo, de manera exclusiva, pudo conocer que los ex comandantes de la organización subversiva devolverán mañana las espadas de Alfaro y Montero, dentro de los actos de homenaje por el centenario de la “Hoguera Bárbara” que se realizarán en Montecristi.
Según pudo conocer este diario, los estoques serán trasladados -desde un lugar no revelado- hacia el cantón manabita con fuertes medidas de protección para ser cedidos al propio Primer Mandatario, para que él, a su vez, lo entregue al pueblo ecuatoriano en un acto simbólico.
La historia de AVC con estas reliquias estuvo ligada desde el nacimiento de la organización, en una olvidada reunión realizada en febrero de 1983 -en Esmeraldas-, una cita que se podría considerar como la partida de nacimiento de la agrupación.
Arturo Jarrín, uno de los milicianos que estuvo inmerso en el proceso, en grabaciones magnetofónicas de principios de los ochenta narra que luego de la cita en Esmeraldas aún quedaban cabos por atar sobre la estructuración de la agrupación. Primero, elegir al “guía, al ideólogo y conductor de ese movimiento. Ese guía, ese ideólogo, ese conductor lo encontramos en nuestra historia precisamente, en el general Eloy Alfaro Delgado”. Lo curioso del caso es que la denominación del grupo no surgió de las mentes de sus líderes, sino que fueron bautizados de esa manera gracias a la prensa.
Una vez definida la doctrina política de AVC, había que pensar en asestar un golpe que los diera a conocer, sobre todo, que ponga en alerta a las autoridades.
Es así que entre los máximos líderes de AVC surgió la idea de sustraer una reliquia que guardarían como su más preciado tesoro y que se convirtiera en una especie de Meca para los milicianos.
Narran los noticieros televisivos de la época que la tarde, para ser exactos a las 18:50, del 11 de agosto de 1983, un grupo de visitantes ingresó al Museo Municipal de Guayaquil, ubicado en el corazón de la urbe, a recorrer los pasillos del edificio. A los pocos minutos, tres aparentemente indefensos turistas cercaron a los guardias de seguridad y se acercaron hasta la vitrina en donde estaban los trajes y varios objetos personales de Eloy Alfaro. El botín que se llevaron los miembros de AVC fueron dos espadas con empuñaduras de oro e incrustaciones de piedras preciosas.
Marco Troya, uno de los “turistas” que llegó al Museo Municipal, relata en el documental lo sucedido poco después de la sustracción de los estoques. “Nos fuimos, y yo sabía dónde estaba el carro, y nos montamos en él, pero el carro no arrancaba. Y entonces el Arturo (Jarrín) coge la espada y sale corriendo (…) La espada tenía una inscripción bien bonita que decía: ‘No me saques sin razón y no me guardes sin honor’”.
Carlos Calderón Chico, uno de los historiadores más reconocidos de la ciudad, recuerda que la sustracción de las espadas “abrió los ojos a la ciudadanía ecuatoriana”. “En ese momento ya era claro que un movimiento guerrillero estaba naciendo. En mi opinión personal fue un acto simbólico”, afirma el también literato, quien agrega que una vez sucedido este asalto, surgieron una “serie de leyendas urbanas” sobre el paradero de las espadas, desde que fueron entregadas a unos brujos de comunidades indígenas en Chimborazo, pasando por la fundición y llegando hasta la hipótesis de que habían sido llevadas a Colombia para que las guardaran los del movimiento guerrillero M-19, que había hurtado la espada de Simón Bolívar de la casa-museo Quinta de Bolívar, en Bogotá, el 17 de enero de 1974.
Muchas historias se tejieron alrededor de las espadas, debido al sigilo extremo con el que AVC las ocultó. “Todo podía caer en manos de la represión: las personas, las armas, pero no las espadas. Entonces, por esto el cuidado de las espadas era muy secreto”, confirmó Troya en el documental.
Una de las hipótesis más creíbles es que las armas estuvieron guardadas por casi dos décadas en el techo de una vivienda en Guayaquil. Todo el “misterio” que se creó alrededor de las espadas del “padre del liberalismo” y de uno de sus mayores estrategas provocó que entre los propio AVC haya incredulidad. “Cada quien se inventaba cualquier pendejada. Que algún día volverán las espadas y resurgirán de ni sé dónde, cuando la Patria haya cambiado. Pura demagogia”, dijo Juan Cuvi en el documental citado.