Tras sufrir dos sismos y aparentemente ejercicios de tiro al blanco, el artesonado del convento San Agustín de Quito, en cuya elaboración hace más de 300 años se empleó más de una década, está previsto que recupere su belleza en unos 18 meses gracias a una restauración emprendida por Ecuador y España.
Ubicado en el centro histórico de Quito, la mayor parte del artesonado sufrió los efectos de los terremotos de 1859 y 1868, pero también el coletazo de la confrontación entre liberales y conservadores que estalló en 1932, cuando San Agustín y otros conventos se convirtieron en cuarteles.
Ximena Escudero, experta en arte, señala en un estudio que según la tradición cuando las tropas ocuparon el edificio a raíz de la llamada Guerra de los Cuatro Días «los soldados disparaban como distracción a los restos del tumbado (techo) decorativo».
Y es que entre cuadrados y octógonos pintados con flores y decorados con apliques de madera con forma de hojas, sobresalen unas piñas de unos quince centímetros cubiertas con pan de oro.
Actualmente ese artesonado, elaborado entre 1673 y 1680, está completo solo en el corredor oriental del convento, mientras que en las tres restantes crujías únicamente se aprecia el entablado del piso superior y las vigas en que se sostiene.
Ya ha comenzado la limpieza y desinfección para colocar un techo falso en esos corredores, donde se reproducirá el artesonado, mientras que en el oriental se restaurará el actual, que ha sufrido distintas reposiciones para reparar daños causados por los insectos y la humedad.
«La polilla es la que menos le afecta, el escarabajo es el que más daña la madera», dijo a Efe el arquitecto José Vaca, director de la escuela Taller Quito, encargada de la obra, que se prevé concluya a principios de 2013.
El artesonado presenta cuadrados, símbolo de la tierra, la solidez, el orden y seguridad, y octógonos, una figura intermedia entre el cuadrado y el círculo (cielo) que simboliza una mediación entre dos mundos.
Estas dos figuras se repiten en una composición que siempre forma una cruz, símbolo por excelencia del Cristianismo.
«Hay todo un mensaje teológico, religioso en los elementos decorativos, no solamente es algo para que quede bonito, hay un mensaje en ellos», dijo a Efe el prior del convento, Patricio Villalba, al hablar de una representación de la «tierra en el cielo», gracias también a los colores usados.
En el artesonado sobresale el azul, que es el color del cielo y simboliza la calma; asimismo el blanco, que representa la pureza y la perfección. En la Iglesia Católica, la combinación de estos colores se asocia con la Virgen, recordó.
En la restauración se invertirá cerca de un millón de dólares, aportados por el Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito, la Comunidad de Madrid y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).
Para Villalba, es «fenomenal» que tres instituciones se hayan sumado para sacar adelante el proyecto, que se desarrolla en un convento construido hace más de 400 años en una zona que la Unesco declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978.
Con la restauración se busca una unidad estética en el convento, donde también está en marcha la restauración de cuadros del artista Miguel de Santiago, considerado el mejor pintor del siglo XVII en Ecuador. El lugar de sus obras son los muros de la planta baja, que tienen como cielo, precisamente, el artesonado.
El convento de San Agustín tiene también un trasfondo histórico, ya que ahí se firmó el acta de independencia de Ecuador, pero Villalba asegura que no solo es un icono por lo que fue, pues «no es un museo muerto que solo narra el pasado».
«Aquí sigue viviendo una comunidad religiosa, se sigue interactuando con la sociedad. No (se debe) mirar esto considerando que tiene valor solamente por lo que sucedió hace 200 ó 300 años, sino por la vitalidad del espacio», puntualizó.