El uso de fundas plásticas, para trasladar o conservar productos, se ha convertido, en los últimos años, en un mal hábito de la ciudadanía.
Alimentos, artículos de aseo, calzado, ropa, bisutería, útiles escolares, utensilios para el hogar, todo se vende en funda para garantizar ‘ la comodidad’ de los clientes. Unos consumidores atribuyen ese hábito a la falta de tiempo, otros al descuido o a la comodidad, pero generalmente pocos se detienen a buscar una funda reciclada o de tela para transportar sus compras.
En el mercado de Iñaquito, en el norte de Quito, es común que los clientes lleguen con las manos vacías, pues confían en que sus “caseritas” les venderán en funda, por lo que al retirarse cada uno tiene al menos cinco bolsas en la mano. Ahí, Lola Cando vende papas desde hace 30 años y al mes gasta, en promedio, 40 dólares en fundas plásticas. Por un lado están las 500 unidades que sirven para separar el producto en porciones y otras 500 para que el cliente pueda transportarlo.
La comerciante recuerda que hace unos años la gente iba al mercado con bolsos de yute o tela y canastos, e incluso se utilizaba la funda de papel cuando la compra era menor. Por eso cree que la mentalidad de los consumidores debe cambiar para reducir el consumo de plástico.
El uso indiscriminado de fundas plásticas motivó, la semana pasada, que el Gobierno planteara la posibilidad de gravar con dos centavos de dólar por unidad, como una medida para reducir la contaminación ambiental. Así, cada funda tendría un costo de 0,10 centavos.
Aunque la propuesta inquietó a los consumidores, que temían que el nuevo impuesto influya en el precio de los productos, las autoridades explicaron que sólo se gravarán aquellas fundas que sirven para transportar las compras.
Para Maruja Cajas, cliente de la cadena Supermaxi, la ciudadanía debe tomar conciencia del perjuicio ambiental que ocasiona el plástico. Ella es una de las pocas usuarias que lleva un bolso de tela para cargar sus compras y orgullosa dice tener una variedad de fundas en casa.
Aunque la palabra impuesto no es de su agrado, confía en que la medida estimule a la gente a reemplazar el plástico por otros materiales menos contaminantes.
Sandra Zapata, una madre de familia que acostumbra realizar sus compras en el supermercado, no cree que el impuesto ayudará a cambiar la cultura ciudadana, pues admite que las fundas plásticas son útiles, por ejemplo, para cubrir basureros.
Además, asegura que al separar correctamente los alimentos de los demás productos, en varias fundas, evita que se estropeen, algo que, a su criterio, sería inevitable en una bolsa de tela.
Una de las observaciones de los comerciantes de Iñaquito y de los despachadores de Supermaxi es que algunos clientes exigen que se utilice doble funda, a fin de prevenir cualquier accidente. Es decir que si lleva cinco bolsas en la mano, posiblemente habrá más fundas dentro. En 15 minutos de observación se constató que un cliente promedio utiliza entre 10 y 15 fundas durante la compra.
Esa cadena de supermercados fue la pionera en reemplazar el plástico tradicional por el biodegradable, pues los 38 locales de la firma a nivel nacional consumen 4 millones de fundas al mes, indicó el gerente de Marketing, Javier álvarez.
Por ese motivo, la cadena promueve el uso de la funda de tela y ha capacitado a los despachadores para evitar el despilfarro de las plásticas. No obstante, álvarez admite que a pesar de la gran acogida del público por la funda alternativa, aún son muy pocos los clientes que la utilizan y que, por el contrario, han constatado que se utilizan para diferentes fines, por ejemplo, como bolsos de mano.
La decisión gubernamental, a través de los denominados “impuestos verdes”, en palabras del presidente Rafael Correa, pretende reducir el impacto ambiental, pues sólo en Quito Emaseo, por ejemplo, recoge diariamente 1.600 toneladas de basura, de las cuales un 45% podría reciclarse.