Aproximadamente 10 kilómetros de selva desnuda. Decenas de piscinas cuadradas, llenas de agua verde, en una gama variada de tonalidades, desde el más brillante al más opaco, producto del arsénico utilizado en el trabajo de buscar oro entre las piedras de río, es lo que se ve desde el cielo, en las orillas del río Bogotá, provincia de Esmeraldas. El sector se llama Minas Viejas. Apenas y se logra detectar un rastro de movimiento, una que otra persona se aventura a cruzar los riachuelos.
En las riveras del Cachavi, la misma historia. En uno de los frentes mineros un camión se lleva una máquina destruida en el operativo militar del pasado sábado. Pero en el lugar quedan tanques plásticos azules donde se guarda el combustible. Casuchas de madera con techos de zinc y plástico negro, abandonadas, se levantan a pocos pasos de los frentes mineros. Antes, esas estructuras alojaban a los trabajadores de las minas, que ganan jornales entre 300 y 1.200 dólares, según su labor.
También eran los campamentos de los “playeros”, personas que buscan residuos del oro que se le escapó a la maquinaria. En un día con suerte encontraban 4 ó 5 gramos de oro. En un mal día, medio gramo.
Encontrar oro puede multiplicar o asesinar la inversión (más de 39.600 dólares) de quienes explotan en estos frentes mineros, pues si no logran extraer, por lo menos una libra semanal, se considera pérdida. Físicamente, los frentes mineros son hectáreas de terreno que se compran a orillas de los ríos a costos entre 3 y 5.000 dólares.
En la zona del río Cachavi, las fosas de agua, abandonadas por años, formaron ciénagas que han empezado a vegetarse, huecos que son cubiertos, poco a poco, por la misma naturaleza.
Por otro lado, en uno de los caminos que conectan este río con el Santiago se ve un camión que saca madera, gruesos troncos de árboles recién talados. La minería ilegal abrió caminos para conectar el río Bogotá con el Cachavi y el Tululvi.
En el área del Tululvi, la tierra marrón, casi roja, se destaca entre el verde de la vegetación primaria que todavía queda en pie. Parece más afectado que el Cachavi, pero no solo de minería ilegal. Grandes plantaciones de palma viven en sus orillas.
De camino a San Lorenzo también se encuentran hectáreas de cultivo de palma ya nacida o por nacer. Se extiende casi hasta perder la mirada en el horizonte. Apenas y pocos árboles nativos luchan por abrirse paso entre esas plantas, sin mucho éxito. También pasa en Eloy Alfaro.
La afectación global de las operaciones mineras ilegales en los cantones San Lorenzo y Eloy Alfaro es de 600.000 hectáreas, equivalentes a 25 kilómetros cuadrados. Antes de la decisión gubernamental de ingresar al sector hubo tres eventos anteriores. En el 2007, la Policía entró pero no sacó máquinas, solo clausuró las minas. En 2009, se entregaron permisos provisionales por 4 meses, plazo en el que los mineros debían cumplir los procesos de regulación y legalización de su actividad. En diciembre de 2010 ingresó a la zona un contingente de 800 policías y 400 militares, pero no lograron avanzar por agresiones de los pobladores.
Foto: El Telégrafo