El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, terminó hoy una visita de un día a Chile y partió hacia El Salvador, tercera y última escala de su primera gira latinoamericana que comenzó en Brasil.
El «Air Force One», el avión presidencial de Estados Unidos, despegó a las 09:14 horas locales (12:14 GMT) desde el aeropuerto internacional de Santiago, donde Obama fue despedido por altos funcionarios del Ministerio chileno de Exteriores.
Una hora antes, llegó hasta el hotel donde pernoctó Obama el presidente de Chile, Sebastián Piñera, quien permaneció menos de quince minutos, a solas, con el mandatario estadounidense, para compartir un café y despedirse, según fuentes locales.
La reunión fue la tercera entre ambos durante la estadía de Obama en Chile; la primera fue una conferencia de trabajo con sus respectivas delegaciones, seguida de otra a solas, antes de la rueda de prensa conjunta que ofrecieron en la tarde del lunes en el Palacio de la Moneda.
También llegó al hotel de Obama, a primera hora de la mañana, el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquett, para declararlo huésped ilustre y entregarle las llaves de la ciudad, trámite que quiso cumplir ayer en el aeropuerto, a la llegada del mandatario, pero sólo le fue permitido entonces estrechar la mano del visitante.
Hoy, Zalaquett salió eufórico tras cumplir su propósito: «Nos reunimos tres o cuatro minutos y conversamos, le dije que venía de una familia empresarial, le encantaron las llaves de la ciudad y su simbolismo», dijo Zalaquett a los periodistas.
Agregó que había regalado a Obama un collar para su esposa y para él, una botella de pisco (licor destilado de uva).
Durante su estancia de 20 horas en Chile, Obama reiteró la voluntad de Washington de que Muamar el Gadafi deje el poder en Libia y manifestó su esperanza de que en cuestión de días, no de semanas, comience un proceso de transición en el país norteafricano.
También destacó lo que denominó «el liderazgo» de Chile en la región y planteó un nuevo modelo de relación, a través de una «nueva era de alianzas», entre EEUU y Latinoamérica, en la que los países tendrán «responsabilidades compartidas» en el respeto de los derechos humanos, la justicia social, la cooperación económica y la seguridad.