«No» es la primera palabra en la boca de las guías penitenciarias y personal de seguridad del Centro de Rehabilitación Social Femenino de Quito.
No pueden conversar con las visitas, tampoco hacer escándalo, ni tener celular. No pueden decir su nombre. No.
Las mujeres no están únicamente privadas de libertad, también prescinden de su intimidad. Viven en estrechos cuartos, hacinadas, en habitaciones con ropa cruzada como toldos, incómodas… esto no es nuevo para ellas, así como tampoco el frío que se siente al ingresar al penal… El pasillo de ingreso está cubierto por un techo destartalado, por donde circula un viento triste, tenso y frío, y se percibe un leve pero perceptible olor similar al de alcantarilla.
Con una cárcel que ese martes recibía la visita de varios periodistas, su necesidad de expresarse parecía imperativa.
La Escuela Politécnica del Ejército (ESPE), la Secretaría de Educación Superior y el Ministerio de Justicia presentaron de manera oficial el programa de educación a distancia al que podrán acceder las detenidas, los lunes, miércoles, viernes y sábados, pero para la mayoría de ellas eso era lo de menos.
Mientras que las autoridades que asistieron al evento ocupaban apenas una mesa, las internas llenaban parcialmente el patio de la cárcel. Se asomaban desde las escaleras frontales, laterales y de las ventanas de los cuartos.
«¿Que cómo así estamos aquí? No tenemos nada más que hacer, pues». Azucena, bogotana de 60 años, tiene tres años y medio dentro de la cárcel de mujeres, pero no es la primera vez en prisión. Hace 6 años estuvo en la cárcel de Cotacachi, en Imbabura, y ahora cayó acá.
«Dígale, dígale que está acá por cargar droga y por fumarse una marihuana», dijo entre risas una amiga a Azucena. Ella al principio no quería hablar, pero luego aflojó la lengua.
«Pues nada, cargaba droga y así llegué acá», indicó Azucena con desenfado, con más confianza. Ella no es parte de las nuevas estudiantes que se acogieron al plan universitario. Azucena asiste a tercero de educación básica dentro del mismo centro de rehabilitación -enmarcada en la política pública del Ministerio de Educación-, y también parte de su tiempo ocupa en un taller de costura. La metodología se enmarca en la teoría, práctica y la reflexión.
«No estudio nada, yo hago polla. Ahí en un papelito me escribo las respuestas», y soltó una carcajada desdentada con los labios pintados de rojo.
Cuando empezó el evento, el anfitrión presentó a las autoridades de manera formal y también a la representante de las mujeres de la cárcel, quien se encuentra en situación de prelibertad. Claudia Martínez tomó el micrófono y generó la reacción de las detenidas.
«Hablarás la verdad, hablarás la verdad», gritaron varias detenidas desde atrás cuando Martínez inició su intervención.
Aunque este proyecto educativo representa una oportunidad para que ellas puedan estudiar las carreras de Ingeniería Comercial, Auditoría, Marketing y Licenciatura en Lingüística aplicada al Idioma Inglés, son opciones de las que se benefician apenas 26 mujeres. Unas lucían pantalones de vestir y blusas con brillos; otras, licras y chompas en colores que no combinaban.
«Mediante los estudios podemos buscar un futuro cuando salgamos de acá, de ayudar a nuestras familias», expresó Martínez. Varias la aplaudieron, pero otras estaban indiferentes, con los brazos cruzados.
«Es que esto no es un centro de rehabilitación, es un centro de perdición. ¡Lo que queremos es salir de aquí!», dijo una mujer morena desde los barrotes de su habitación…
-Por favor, señorita. Las detenidas no pueden dar entrevistas ni declaraciones. -Pero déjeme preguntarle su nombre.-No, no pueden dar su nombre.
«Sí ve, no nos dejan ni hablar…». Detrás de la reja y contraviniendo la advertencia de la guardia penitenciaria, Alicia Morales se identificó a gritos para que su nombre pudiera escucharse. La vigilancia no solo estaba en las gradas y los pasillos. También en los techos, donde un guardia deambulaba y observaba.
«Mi nombre es Alicia Morales. Quiero el indulto, quiero libertad. Tengo 7 años acá encerrada injustamente». Su reclamo contrasta con el escenario que tiene delante… un mural extenso que insinúa libertad.
Jesucristo, una figura femenina convertida en árbol y una heroína parecida a la mujer maravilla, pintada por las mismas detenidas, era parte del mural de colores cálidos y mensajes esperanzadores.
«Cada experiencia que vives tiene por objeto fortalecerte», decía una de las frases optimistas en la pared, pero para algunas, como Gina Osorio -holandesa con ascendencia colombiana- la distancia que el lugar le obliga a interponer entre ella y su pareja no la fortalece sino que la apena. Su expresión -enmarcada en su rostro de cabello corto y aretes casi invisibes- se transforma al hablar de ella.
Cayó por drogas. Y aunque esta no es la primera vez, dijo que ésta no fue su culpa. «Llevaba droga atada al cuerpo y bueno, me descubrieron. Pero ahora no, ahora me pusieron eso y yo no me di cuenta de lo que estaba llevando y ya pues…».
Tiene apenas un mes en el centro de rehabilitación y no se acogió a ningún programa educativo… tiene esperanza de salir pronto, aunque todavía no tiene sentencia.
«Aquí se ven muchas injusticias. A Pilar no la puedo ver tan seguido, porque para algunas hay privilegios, para otras no. Vivimos hacinadas, incómodas. Dijeron que habilitarían otros espacios, pero no sé».
-¿Pilar es tu novia?-Sí, soy lesbiana. ¿No ves la forma como me visto?
La cárcel de mujeres tiene cara de vecindad: algunas deambulaban por el patio; unas estaban sentadas en grupos, otras, paradas por ahí, reían, conversaban o fumaban en medio de la ropa lavada, secándose, colgada en interminables tendederos, sobre un piso irregular. Una extraña camaradería lograba que ninguna se viera exageradamente triste.
-Niña, niña. Yo quiero decir algo… Yo viví en Italia durante 12 años y vine a ver a mi familia y me pusieron droga en la maleta. No tengo ningún tipo de apo…
«Señora, no puede dar declaraciones», dijo la policía interponiendo su cuerpo delante de la detenida.
-Déjenme hablar, déjenme contar…
Pero hay otro extremo… mientras ella peleaba por narrar su versión de la historia, otra reclamaba silencio desde uno de los pisos superiores. «Que se vayan ya, ¿qué hacen aquí? No queremos periodistas… váyanse, váyanse», dijo la mujer con marcado acento caribeño.
El nuevo Modelo de Gestión Penitenciaria busca que las y los reos se preparen durante el tiempo de reclusión para volver a la vida normal. Como un ejercicio de esto, dentro del centro tienen un pequeño negocio: una tienda de golosinas. Fuera de la cárcel, al lado de la puerta negra que las separa de su emancipación hay un negocio de autos de lujo. En esta vecindad los Mercedes Benz coquetean con la desventura del encierro y la de sus protagonistas.