Las lenguas ancestrales que hablan varios pueblos indígenas de Ecuador reclaman el cumplimiento de normas constitucionales y un espacio en la sociedad para no extinguirse.
Incluso el quichua, la segunda lengua oficial del país después del castellano, corre ese peligro, dijo Fernando Cabascango, integrante de la organización «Quichuaestudio», que promueve investigaciones y la enseñanza de ese idioma.
Para Cabascango, al celebrarse hoy el Día Internacional de la Lengua Materna, el estudio de las lenguas vernáculas es como «volver a las raíces» y también una forma de comprender «la cosmovisión y la filosofía de las nacionalidades» indígenas del país.
Sin embargo, consideró que la falta de apoyo desde el Estado y desde las mismas comunidades indígenas ha contribuido para que las lenguas nativas estén al borde de su aniquilación.
El andoa, el paicoca, el kayapi y el waotedebo, que han resistido el paso de los siglos, podrían desaparecer porque son pocas las personas que los practican, pero incluso el quichua, hablado por unas 590.000 personas, podría desaparecer por su acelerado desuso.
Cabascango aseguró que la historia de discriminación que han sufrido los pueblos indígenas ha llevado a que sus lenguas sean también excluidas.
La globalización, la migración del campo a la ciudad y la arremetida de culturas foráneas ha llevado a que los propios indígenas pierdan su identidad idiomática, la escondan por vergüenza ante la discriminación y adopten otras lenguas como símbolo de progreso, comentó el investigador.
Señaló que, según informes estadísticos del Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal), en 1950 un 14% de la población ecuatoriana hablaba lenguas ancestrales, mientras que en 1990 apenas el 3,7%.
Otros estudios, más optimistas, señalan que es entre el 3 y el 7 por ciento de la población ecuatoriana la que habla quichua u otra lengua ancestral.
Pero para Cabascango, la extinción de varias lenguas ancestrales, incluido el quichua, se podría dar en apenas unos 30 años, como ha advertido también la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Por ello, reclamó al Estado un mayor compromiso con la promoción, preservación e investigación de las lenguas ancestrales, por ser estas parte del patrimonio intangible del país.
Recordó que la Constitución, aprobada en 2008, establece que Ecuador es un «Estado pluricultural y multiétnico», que debe «respetar y estimular el desarrollo de todas las lenguas existentes en su territorio».
Pero no sólo se debe conocer el idioma, según Cabascango, sino la cultura, «la filosofía y la forma de vida que encierra cada una de las lenguas» ancestrales.
Para él, el Estado y el Gobierno deberían fomentar y apoyar el rescate y promoción de las lenguas vernáculas, aunque también remarcó que ese es un deber de las propias nacionalidades indígenas.
En Ecuador, además del quichua, se hablan otras nueve lenguas, cada una representada por colectivos de indígenas y regiones, entre los que se destaca el shuar y sus variantes achuar y chicham, hablado por unas 80.000 personas en las provincias amazónicas de Pastaza, Morona Santiago y Zamora Chinchipe, aunque también por otros 20.000 indígenas de zonas vecinas del Perú amazónico.
El Aingae se estima lo hablan unas 650 personas de la etnia cofán, asentada en algunas zonas de la provincia amazónica de Sucumbíos.
El awapit, de la etnia Awá, se habla en la zona norte del país, en las provincias de Esmeraldas y Carchi, pero se extiende a sectores fronterizos de la vecina Colombia.
El chapaloa es de los Chachis, en Esmeraldas, y el epera padede, de la tribu Epera asentada en esa misma provincia costera y fronteriza.
El kayapa es la lengua de la etnia Zápara en Pastaza, el paicoa de los Sionas y Secoyas en Sucumbíos, y el waotedebo de los huaoranis o waos en Napo, Pastaza y Orellana, algunos grupos de estos últimos en situación de auto-aislamiento en la selva.