Salvador Allende es uno de aquellos hombres que -en palabras del cantautor Silvio Rodriguez- ya se han hecho gigantes, ya burlaron la muerte.
Hortencia Bussi, viuda de Allende cuenta que el 11 de Septiembre de 1973, prefirió tragarse sus lágrimas en señal de dignidad mientras descendía el cuerpo del líder socialista a su tumba en el mausoleo Grove Vallejo, donde fue sepultado casi clandestinamente, en el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar.
Casi 18 años después, el 4 de septiembre de 1990, por órdenes del presidente Patricio Aylwin, Salvador Allende recibió un nuevo funeral, pero esta vez masivo y con los honores de Estado en el Cementerio General de Santiago. Nunca le faltó flores desde entonces.
Hoy, las flores las pone el Presidente ecuatoriano Rafael Correa, como un homenaje a la memoria de uno de los referentes del socialismo latinoamericano.
Junto a sus hijas Laura e Isabel, el Mandatario recorrió el Mausoleo y participó en silencio de un momento de reflexión frente a la tumba que alberga los restos del luchador chileno. Recibió un recuerdo del momento y un libro con fotografías y memorias.
Al final, y en voz alta, repitió el famoso fragmento que pronunciara Allende por radio Magallanes el 11 de septiembre calificado como “el de las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”.
Un homenaje que revive su memoria, al que se han unido durante décadas, figuras como el poeta Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, el lider cubano Fidel Castro, Luis Sepúlveda, entre otros.
Allende sigue latente en la memoria chilena, como símbolo de consecuencia, dignidad, coherencia y valentía, liderando el único gobierno -hasta ese momento- de corte socialista elegido en las urnas.
Defensor de la equidad social, supo determinar siempre las inconsistencias del capitalismo y por aquello emprendió un largo proceso histórico que finalmente lo llevó a tomar el poder en 1970.
De ahí mismo sería sacado su cuerpo hace 39 años y algo más de un mes, cubierto por una manta indígena tras resistir el más cruento ataque militar que Latinoamérica recuerde a un palacio de Gobierno, en el siglo XX.
Salvador Allende nunca cayó en manos de sus captores golpistas, prefirió suicidarse antes que aceptar las vergonzosas condiciones que imponía la milicia traicionera liderada por el entonces Comandante de las Fuerzas Armadas, Augusto Pinochet. «Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo» diría Allende.
La dictadura que inició con el derramamiento de la sangre de Salvador Allende y la institucionalidad de un país en llamas, impuso un modelo que mutiló la cultura democrática en Chile e hizo prevalecer una historia amarga que habría de prolongarse por casi dos décadas.