Nuestros abuelos solían decir con malicia: “Mala tos te siento”, cuando sospechaban que nuestra salud había desmejorado.
Con los primeros síntomas de la crisis financiera (1988-1989), los medios de comunicación se dedicaron a publicar promociones de bancos que ofrecían casa, carro, becas de estudios y vacaciones de ensueño, además de intereses demenciales que superaban el 100%.
Con algunos periódicos del país viene ocurriendo algo parecido: valores agregados y opcionales para mantener atada a la lectoría que cada día se aleja más y los ingresos de los dueños de los medios caen irremediablemente.
Hace algunas semanas circulaba por las redes sociales este contrapunto: “La verdad nos hará libres; la mentira, periodistas”. Todo indica que la paradoja es un reflejo de lo que está ocurriendo.
John Carlin publicó el 10 de mayo de 2009 en el diario El País, de España, “El futuro de la prensa, el momento crucial”, un análisis en el que destacaba que “nunca ha habido una mejor época para hacer periodismo escrito, y nunca una peor para ganarse la vida ejerciéndolo; hay más mercado que nunca, pero menos ingresos desde que Internet empezó a volverse accesible a todos… El número de lectores de periodismo digital ha ascendido de cero a 75 millones, en el mismo período. La fuga de la publicidad, sangre comercial del periodismo en papel, ha reducido las ganancias de manera drástica, lo que ha derivado en despidos…”.
Por lo que se ve, la situación descrita hace un poco más de dos años está llegando a Ecuador, aunque sin el nivel de dramatismo. Pero se percibe preocupación entre los propietarios de los medios, pues la torta publicitaria se va reduciendo en igual proporción que el número de lectores (ver el gráfico adjunto).
Este problema, comprensible por la reducción de millonarios ingresos que les permitió incursionar en actividades corporativas ajenas al sagrado oficio de hacer periodismo, ha sido desviado hacia lo que ellos creen es la causa primera de sus desgracias: el Presidente Constitucional de la República, cuya popularidad y triunfos masivos en las urnas han crispado permanentemente los nervios de los sectores oligárquicos -de quienes han sido históricos voceros- y en su desesperación tratan de ligar la defensa de sus intereses a la de las libertades de expresión y de prensa.
Escribanos e insultadores de oficio fueron enjuiciados por el Primer Mandatario, bajo la acusación de violar la ética del oficio y convertirse en sujetos políticos con licencia para ofender, calumniar, desacreditar y acusar -a manera de opinión- lo que les nace de su resentimiento de clase, ahora pagado por quienes antes juraron combatir.
También es comprensible el significativo descenso de ingresos, pero no los extremos de atacar y ofender a los medios públicos de comunicación, sin el menor escrúpulo, en sus columnas de opinión.
Una de las normas básicas, que cualquier reportero debe tener claro, es que con una sola fuente, o protegido en el anonimato, no se puede hacer periodismo; es prejuicioso utilizar esa única presunta verdad.
¿Hasta dónde es legítimo, entonces, que las ideas personales o la subjetividad afloren en la información, sobre todo si la utilización de determinadas palabras, por muy factuales que sean, siempre quedarán impregnadas de ideología?
La señora Guadalupe Mantilla, directora general de diario El Comercio, cuyo activismo en defensa de las libertades de su negocio revela los sesgos que imprime a su periódico, ha sido permisiva -para no decirlo de otra manera mucho más directa y, tal vez, grosera- con sus columnistas.
El 11 de agosto de 2011, por ejemplo, una periodista fue invitada por ella para que, según su experiencia dominguera y bajo el título “Matar medios privados”, volcara su veneno al afirmar que El Telégrafo y PP El Verdadero, no se vendían en Quito; por tanto, tampoco lo harían a nivel nacional. La única fuente era el periodiquero del barrio.
El periodista español álex Grijelmo está convencido de que “el periodista transmite a los lectores noticias comprobadas, y se abstiene de incluir en ellas sus opiniones personales”, salvo en las columnas en las que predomina el estado de ánimo y las visiones más subjetivas, que son legítimas.
¿Dónde termina, entonces, la interpretación y comienza la opinión personal? Ellos lo han mezclado de acuerdo a su conveniencia y a las amenazas del mercado para desvirtuar la realidad de las cifras.
Para ilustrar el criterio de nuestros lectores, El Comercio y El Universo, dos diarios que se promocionan como los de mayor circulación nacional, trajeron a dos empresas especializadas en medición de lectoría y pautaje publicitario.
El trabajo fue realizado únicamente en Quito y Guayaquil y los descensos son considerables, sin tomar en cuenta que en ciudades como Cuenca, Ambato, Portoviejo y Manta, por citar unas cuantas, la circulación de los periódicos locales es mayoritaria frente a la de los presuntos líderes nacionales.
Más dramática es la situación si se lee en los estudios de mercado contratados la circulación nacional de Diario Extra (tres a uno) frente a la de estos presuntos líderes.
El Comercio, que en 2007 alcanzó 30,615,508.69 lectores, hasta el 26 de diciembre de 2011 ha bajado a 21,221,016.38. En 2007 el Universo tenía 32,612,557.47 lectores, y en 2011 bajó a 22,750,986.65 (ver gráfico). Con la participación en la inversión publicitaria por grupo de medios ocurre algo similar: la prensa escrita percibía $ 76’485.936,11 (el 32% de la pauta) en 2007, frente a los $ 133’819.614,27 (52%) de la televisión.
Para 2011, los periódicos captaron solamente $ 67’400.315,97 (22%) ante 197’104.830 (63%) de la televisión. (ver gráfico).
En la página web del Servicio de Rentas Internas (SRI) constan las declaraciones de los dos medios y registran el declive de la tributación de un año para otro. Esta información puede ser consultada por cualquier ciudadano. En 2009, El Telégrafo reprodujo una carta del señor Leonardo Terán Parral, gerente general de diario El Universo, en la que advertía sobre la dramática disminución de ingresos.
Para León Pérez, director creativo de Norlop, la baja lectoría en medios impresos es una tendencia mundial. El especialista considera que Internet y las redes sociales reemplazan en gran medida a los periódicos. En el caso ecuatoriano, la penetración del servicio de banda ancha es algo que aún está en formación, por lo que la televisión es un medio de referencias más precisas sobre los gustos de los consumidores, un punto seductor para que las empresas inviertan publicidad en ese medio de comunicación.
Mónica Maruri, decana de la Facultad de Comunicación Social en la Universidad Espíritu Santo, considera que la reducción de lectoría y de publicidad de los medios de comunicación impresos es una tendencia mundial que ha producido el cierre de importantes periódicos que han optado por fortalecer sus ediciones electrónicas.
Sin embargo, cree que la televisión, en poco tiempo, tendrá que adaptarse al avance de las costumbres consumistas: “Ya se están viendo nuevos televisores que en los que se puede navegar por Internet y consumir las noticias de diarios. Es decir que también tendrán publicidad y será el usuario el que decida qué publicidad consumir”.
La ex productora de RTS y también docente Jénnifer Nájera concuerda con Pérez al asegurar que la televisión brinda una gama de posibilidades para las empresas que pautan publicidad: “La radio y la prensa pueden ser masivas, pero no tienen la penetración de la televisión”.
Y agrega que en este medio se puede hacer una explicación más detallada de un producto comercial -a través de imágenes en movimiento y sonidos- a diferencia de otros.
En su opinión, la televisión tendrá “un buen tiempo” de dominio en el aspecto publicitario por encima, inclusive del propio Internet: “En Ecuador el 13% de las personas tiene computadoras, mientras en ciertos hogares hay hasta tres televisores. Aún falta mucho para que otro medio pueda superar a la televisión”.