Tienen miedo, los doctores les piden que se tranquilicen y, finalmente, después de forcejear un poquito, vuelven a mirar sin dificultades.
Carmen Gavilanes, de 82 años, es una de las usuarias del Centro oftalmológico ecuatoriano-cubano de Latacunga. Llegó a las 06:00, aunque en el lugar atienden a partir de las 08:00. Dijo, escuetamente, que es madrugadora, que prefiere aparecer temprano.
Ni el frío la molestaba mientras esperaba de pie junto a la puerta de ingreso, porque, precavida, llevaba una bufanda y un grueso suéter de lana; y mientras conversaba con su hija, Carmen Minango, se servía un agua aromática, para espantar cualquier “ataque a traición” de la temperatura.
Faltaban cinco minutos para las 08:00 y el lugar -que recibe alrededor de 50 personas al día- abrió sus puertas. La mayoría de los pacientes tiene más de 60 años y se somete a cirugías de catarata y pterigium.
Carmen sigue el procedimiento que todos practican. Quienes acuden por primera vez se dirigen al área de Admisión para registrar sus datos.
La laboratorista Lizeth Mateo explica que se les practican varios chequeos, para descartar complicaciones después de la cirugía.
Luego pasan al área de Oftometría. Carmen muestra la ficha médica a la doctora Sinaicy Fajardo. Transcurren 10 minutos y la señora se somete a varios chequeos, entre estos uno de queratometría y una refracción dinámica, para determinar su condición visual. “Me di cuenta de que mi mamá no veía porque sus ojitos se pusieron blancos”, explica su hija.
Carmen conoció el centro, porque una brigada de médicos cubanos visitó previamente su vivienda en la parroquia Puéllaro, al sur de Quito.
Ahí le hicieron un chequeo gratuito y le ofrecieron un medio de transporte para que vaya hasta Latacunga.
Guillermo Gallo Mora, profesor de 55 años, viene desde Quinindé.
Llega por segunda ocasión al centro oftálmico para operarse de un pterigium en el ojo derecho. La primera vez, hace tres años, se operó de una catarata en el izquierdo. “Quedé muy bien. Tengo confianza en la atención”, asegura.
Mayra Chacón, encargada de la Administración, señala que desde mayo de 2006 hasta la actualidad han registrado 60.000 historias clínicas.
La medicina y la atención no tienen costo para los pacientes. En la farmacia atiende Odalys Hernández, que se encarga de distribuir los fármacos, como antiinflamatorios, analgésicos, antibióticos, entre otras medicinas.
A veces la farmacia se queda sin medicinas y los pacientes tienen que comprarlas afuera. “Pero generalmente nosotros les proporcionamos lo que necesitan”, dice.
Lizeth Tirado, directora de la institución, considera que también es necesario establecer un ambiente cordial con el paciente.
Suele conversar con cada uno. Así lo hizo con Enrique Ciji (63) y Francisco Cuji, quienes llegaron desde el Centro de Asistencia y Control de la Mendicidad de Ambato (Tungurahua).
Cuando los pacientes ya han sido intervenidos, pasan a una habitación para descansar durante 24 horas.
Las instalaciones tienen cuartos para hombres y para mujeres, con sus respectivos baños.
16-3-12-sociedad-filaLas personas que ingresan al centro médico también aprenden cómo cuidar sus ojos. Al día siguiente de la operación, los recién intervenidos deben asistir a charlas para que los médicos les expliquen cómo suministrarse la medicación, qué alimentos consumir, cómo cuidarse de los rayos del sol y mantener el aseo de sus ojos.
Juan Francisco Corrales, responsable de las charlas, reconoció una notable predisposición de la gente para cuidarse luego de una cirugía.
Después de un minucioso proceso, Carmen, Guillermo, Enrique y Francisco están listos para ingresar al quirófano. Subieron al área de Anestesiología, luego de asearse y vestirse con los delantales esterilizados.
Gerardo Leiva, ingeniero Electro Médico, explica que los equipos vienen de Alemania y Japón, pero son importados desde Cuba, al igual que las medicinas.
El primero que ingresa en el quirófano es Enrique. Un poco nervioso al principio, finalmente coopera con la cirujana Yelyn Vento Rojas, quien trabaja con la anestesista Ana María Armento y la enfermera Norvis Samón.
Los pacientes entran y salen con celeridad, porque la cirugía no dura más de 10 minutos. “¡Quédate quieto, porque si te mueves no te puedo operar”, le dice la doctora a Guillermo, quien se agita al sentir las primeras incisiones. “Las personas que se ponen inquietas y que no me colaboran, no se operan”, le advierte la especialista. Dos minutos después retira una telita que no lo dejaba ver.
Carmen ingresa después, más tranquila que los hombres. “Chica, si me escuchas vamos bien. No te muevas porque ya falta poco”, indica la doctora, quien apoya sus brazos en un mueble para mantener el equilibrio. “¿Te dolió?”, pregunta de nuevo la cirujana.
En voz baja, Carmen contesta: “Un poquito…”. “¿Ves? La cirugía terminó”, dice Yelyn. Y la señora se va, con los ojos bien puestos en el camino.