Por tratarse de ser comunidades aisladas, con menor o nulo estado de civilización (en algunos casos), la problemática entre huaoranis y taromenanes ha provocado que el Estado intervenga con un fin conciliador, sin que hasta ahora tenga éxito. Las razones de este fracaso pueden hallarse en un análisis a los expedientes periodísticos que hasta el momento existen y que evidencian realidades desconocidas en la zona oriental del país.
Algunos, como el documental «Taromenani, el exterminio de los pueblos ocultos», nos demuestran que el primer signo de venganza entre estas sociedades surgió en 1993, cuando Babe, un líder huaorani, ya muerto desde 2009, secuestró a una integrante del clan no contactado Taromenane. La joven fue devuelta días después a su comunidad, pero en el proceso de entrega murió un huao a causa de lanzazos por los miembros taromenanes. Este hecho significó el comienzo de las futuras venganzas entre los clanes.
Testigos civiles se hicieron presente 10 años después, cuando los huaoranis hicieran una emboscada a sus enemigos, como símbolo de venganza. Allí murieron entre 20 a 30 mujeres y niños taromenanes, quienes fueron lanceados. La casa fue quemada, y el líder taromenane estuvo entre las víctimas; su cabeza fue el trofeo de los vengadores.
¿Cómo nace el odio, cómo llegó a un sitio tan remoto? es la pregunta que hace el relator del documental. Los huaoranis además de vengar la muerte de su miembro, lograron facilitar el acceso de los motosierristas que transitarían en la selva espesa donde convivían los resistentes no contactados. La muerte de los taromenanes fue impulsada por los madereros, quienes otorgaban beneficios materiales a los caciques huaoranis por «abrirle las puertas» de la selva y de alguna manera «eliminar» los obstáculos.
Las autoridades judiciales de la provincia de Orellana intentaron investigar el caso, llegando hasta el lugar de la tragedia, pero inexplicablemente suspendieron los peritos que pudieron haber generado una sanción al pueblo huaorani. El estado no intervino, pues esa fue la solicitud, casi orden, de los líderes huao. Pero años más tarde, la represalia llegaría por sí sola. El 12 de abril del 2006, dos madereros fueron atacados con lanzas mientras aserraban troncos, uno de ellos, Willian Angulo, falleció después de la operación para extraerle una lanza que le atravesó el tórax. Este hecho quiso ser evitado desde el 2003, fecha en que murieron los taromenanes, quienes permanecen aún ocultos y sin recibir a cambio rentabilidad de algún civilizado, pues éste no es su interés.
Ellos todavía deben escuchar las motosierras de día o de noche, porque el trabajo de los colonos así consiste, en tumbar la mayor cantidad de cedros y caobas, pues quien más tablones haga, recibirá más dinero.
Los huaroranis por ser los «guardianes de la selva» reciben su recompensa. La Revista Ecuador Terra Incógnita, en su edición de mayo-junio del 2008, reveló que los caciques huao recibían 2 dólares por cada tablón que salía de la selva.
La Agencia de Noticias Andes este 11 de abril publicó carta una firmada por Cawetipe Yeti, presidente de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (NAWE), solicitando a la petrolera española Repsol YPF «dos camionetas Toyota, una casa cubierta, 15 viviendas y 4.000 metros de malla». El pedido «era urgente», bajo el argumento de la muerte de un miembro. «Hombre Guerrero Ompode y Bongenei», fijaba en el escrito.
Según el Ministerio de Recursos Naturales no Renovables, el impreso es una muestra de las relaciones que aún mantiene la petrolera con los líderes indígenas, pero así mismo recalca el proceso en el que se haya el Estado, al haber cambiado de Contratos de Participación al de Prestación de Servicios petroleros, y otorgarle el protagonismo en materia de control social en la Amazonía.
Desde el occidente de Ecuador, Enrique Suárez tiene mucho interés en la realidad indígena. El guayaquileño espera con anhelo que el gobierno «tome cartas en el asunto» en cuanto a los intereses y el accionar de las comunidades huaoranis que ya son civilizadas. La existencia de madereros y petroleras, según Suárez, influyen en el comportamiento de estos grupos, dentro de lo que ellos llaman «su territorio», pues no tienen otra alternativa de ingreso económico, que ceder permisos para «destruir su propia casa».
La imagen del este artículo fue capturada del documental «Taromenani, el exterminio de los pueblos ocultos». Evidencia las cenizas que un día sirvieron de paredes y techo a una familia taromenane.