El albergue de las Queseras está vacío. Las 70 familias que viven en el barrio San José, en Cotaló, prefirieron quedarse en sus casas a pesar de la reactivación del volcán Tungurahua en los últimos días.
Esta población continúa en alerta naranja, al igual que otras zonas aledañas a las faldas del coloso. Según lo informado por los organismos de socorro, en este grado de emergencia no es obligatorio que los habitantes evacúen sus viviendas.
Sin embargo, los vecinos de la Mama Tungurahua aseguran que no dejarían sus propiedades así las autoridades decretaran la alerta roja en sus poblaciones. Los habitantes afirman que en años anteriores se han presentado las mismas condiciones y no abandonaron sus hogares. “Ya estamos cansados de vivir como en el cuento de Pedro y el lobo (…) Ojalá y explote ya de una vez (…) Un solo dolor”, dice Salvador Martínez, de 48 años, testigo de la reactivación del proceso eruptivo del coloso hace ya 12 años.
Los pobladores están conscientes de que la ceniza volcánica mata los cultivos, el ganado y los animales menores.
Además, transforma el panorama, que normalmente regala escenarios con tonalidades verdes, en un opaco desierto desolado, polvoriento y gris.
La salud del hijo mayor de Salvador podría decaer. Es un joven de 14 años con leucemia. “Cada vez que la ceniza cae hay que protegerlo al extremo, pues una gripe puede mandarlo al hospital”, relata el preocupado padre de familia.
Salvador afirma que necesita 120 dólares mensuales para llevar a su hijo a Quito para que reciba el tratamiento por su enfermedad. El dinero que consigue mensualmente es solo un poco más que eso.
Su familia vive de lo que les da el campo, de los animales que crían y de lo que logran vender en los mercados. La ceniza que ha caído en las últimas horas en Cotaló ha matado los sembríos de tomate de Salvador, pero además ha afectado los pastizales, lo que está provocando hambruna a sus 8 vacas.
A dos poblados de Cotaló, en Bilbao, Rosa Chávez, de 48 años, también se negó a abandonar su casa debido al proceso del volcán, a pesar que reconoce que la caída de ceniza le impide trabajar en sus sembríos.
Chávez manifiesta que aunque otras personas de Bilbao decidieron reasentarse en los proyectos de vivienda del Gobierno Nacional, ubicados en Penipe y La Paz, ella se mantendrá en su propiedad.
Ante los problemas que la ceniza está produciendo en las zona agrícolas, Chávez dice que la única esperanza que tiene es que lleguen las autoridades y entreguen comida para el ganado. Hasta que eso ocurra, la gente busca hierba limpia en la vía al Puyo. “No vamos a vender el ganado este año, siempre vienen aprovechados y pagan mal por los animales”.
Marlon Cansino, líder de la brigada de ocho militares que ejecutan los operativos de evacuación, dice que a pesar del riesgo no pueden obligar a la gente a salir. “Ya están acostumbrados a la actividad, dicen que es solo por un momento, que no va a pasar nada”.
Esta caída de ceniza ha sido la peor de los últimos años, comenta uno de los voluntarios de la Defensa Civil. Camino arriba, en Chonglontus, Víctor Chauca, con manguera en mano lava el plástico que cubre su invernadero. Si se llena de ceniza, la estructura se cae. Trata de proteger 1.000 árboles de tomate de árbol.
Y así se desarrolla la vida en el entorno del volcán. La ceniza sigue cayendo, el volcán sigue bramando.