Benedicto XVI llegó a Castel Gandolfo, a unos treinta kilómetros al sur de Roma, en cuyo palacio pontificio se alojará a partir de hoy, día en el que dejará de ser papa. El helicóptero en el que viajó desde el Vaticano aterrizó en el helipuerto de la Villa Pontificia a las 17.24 horas local.
El papa llegó al helipuerto, construido en un lateral de los Jardines Vaticanos, procedente del Palacio Apostólico, en cuyo patio de San Dámaso fue despedido por un piquete de la Guardia Suiza y sus colaboradores de la Secretaria de Estado, además del secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone.
En ese momento se vio al secretario particular del papa y Prefecto de la Casa Pontificia, Georg Ganswein, llorar.
Cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosas y numerosos laicos que prestan su servicio en el Vaticano, con sus hijos y nietos, también le despidieron.
El papa comenzó a despedirse de sus colaboradores ya en la puerta de su apartamento y apoyándose en un bastón atravesó el palacio apostólico y salió al patio de San Dámaso.
Tras despegar el helicóptero, todas las campanas de Roma comenzaron a sonar.
El helicóptero se dirige a la residencia de Castel Gandolfo atravesando el centro de Roma.
La despedida
Unas 200.000 personas despidieron ayer a Benedicto XVI en su último acto público en el Vaticano antes de dejar de ser papa, en el que dijo que su pontificado ha tenido momentos «difíciles» y que su renuncia no significa volver a la vida privada, ya que «no abandona la cruz».
Sereno, sonriente, «consciente de haber realizado un buen trabajo», según señaló el portavoz, Federico Lombardi, Benedicto XVI repasó sus casi ocho años de pontificado y aseguró que nunca se sintió sólo, que siempre se ha sentido protegido por Dios y que ha renunciado al papado no por su bien, sino por el de la Iglesia, al notar que ya le faltan las fuerzas para guiar la Barca de Pedro.