El último reporte del Ministerio de Salud Pública determinó que en el país hay 60 mil personas afectadas por el VIH-sida. De ellas, 42 mil de los casos están en Guayas.
Las autoridades de salud anunciaron que se hará en el país una campaña, que asciende a $13 millones, sobre el VIH. Con esa medida se atenderá la inversión en reactivos, pruebas rápidas, medicinas y leches maternizadas.
Las autoridades de salud anunciaron que se hará en el país una campaña, que asciende a $13 millones, sobre el VIH. Con esa medida se atenderá la inversión en reactivos, pruebas rápidas, medicinas y leches maternizadas.
Roberto, quien ha experimentado los cambios en tratamientos médicos y en atención, concluye que actualmente hay avances. En la década del 90 participó en protestas públicas para que el Estado incluyera en sus programas medicamentos para quienes viven con el virus. Ahora, esas medicinas que antaño le costaban hasta 10 millones de sucres, son gratis. “Muchos murieron por no tener acceso a retrovirales. Incluso, como no habían en el país, las comprábamos caducadas, a menor precio, en Estados Unidos”, recuerda, mientras revela que el secreto de mantenerse sano es tomar los retrovirales y acudir a cada cita médica sin falta.
El Hospital de Infectología también ha cambiado. Sus paredes grises han sido coloreadas de tonos verdes claros y amarillos tenues.
Pero lo que no ha cambiado es la percepción de la población en general respecto del VIH-sida.
En la Defensoría del Pueblo, en Guayas, recientemente se registró el caso de un despido de una persona por ser portadora del virus. Este empleado fue echado sin mayores explicaciones, luego de que sus superiores se enteraron de su estado de salud.
En su oficina de la Fundación, ubicada en Los Ríos y Manuel Galecio, donde Roberto hace activismo sobre la pandemia, él relata que la segregación es eterna, no solo cuando ya se está en un trabajo, sino también cuando se busca uno.
él lo experimentó hace poco. Luego de una de las conferencias de capacitación que impartió sobre el VIH a trabajadores de una cadena de farmacias de la ciudad, el jefe de recursos humanos de esa compañía lo felicitó y le dijo que le podía pedir lo que sea cuando lo necesite. Un día Roberto le tomó la palabra y le solicitó trabajo, el funcionario, quien nunca lo atendió, le dejó el recado de que llevara la carpeta.
“Pero no me llaman desde hace meses. Todo fue de boca para afuera. El discrimen no ha cambiado”, expresa el hombre, quien no tiene un ingreso ni un sueldo fijo. Lo único que gana lo obtiene cuando tiene presentaciones de baile o le reconocen algo por las charlas que da. Su activismo es un voluntariado.