Ahora Rafael Correa tiene dos retos neurálgicos que marcarán su destino histórico: en cuatro años debe dejar una huella para superar al Presidente de estos últimos seis años y consolidar un liderazgo político (colectivo y orgánico) más allá de su imagen y figura personal. De hacerlo el proceso de transformación tendría mucho más oxígeno y renovaría el espíritu que ayer inyectó a todo el Ecuador y a América Latina.
No solo fue un triunfo previsible. Las encuestas y la gente lo decían todos los días. Hubo una marca desde el principio: no hacía falta cambiar de Presidente. La derrota sufrida por la derecha y las izquierdas prueba la tesis anterior, pero también revela que se equivocaron a la hora de colocar como blanco de todos sus dardos a un potente político, a un administrador eficiente y a un personaje polémico y auténtico para afrontar sus retos más intensos.
La derecha apostó por su oportunidad histórica con cinco candidaturas con el mismo lenguaje, un pasado imborrable, unas prácticas y unos discursos apegados a lo más básico de sus deseos y con “líderes” poco conectados con las nuevas realidades de un país que empezó a cambiar desde hace seis años incuestionablemente.
Las izquierdas han pagado un alto costo por “abrirse” de su aliado más importante si quisieran conseguir, de verdad, cambiar el Ecuador. Enfrentarse a su aliado natural no fue ajeno para el sentir popular. Bastaba ver lo que les decían los electores al paso de las caravanas “plurinacionales”. Y ahora, incluso para impulsar sus tesis, no cuentan ya con la confianza de la mayoría de asambleístas. Entonces, ¿tendremos una oposición de izquierda bajo el mismo esquema y libreto de la derecha? Y hay otro grupo político derrotado aplastantemente: la prensa privada y comercial, junto a todo el aparataje político mediático de dentro y fuera del Ecuador.
Lastimosamente, hay que decirlo: periodistas y medios privados reemplazaron, de la peor forma y con prácticas poco profesionales, a la oposición; a esa que dejó su huella la llamada partidocracia. Los medios hicieron una campaña de más de cinco años en contra de un proyecto político encarnado ya en el pueblo ecuatoriano, bajo banderas y tesis liberales que fueron enarboladas por siete de los candidatos. Creyeron que abrir los micrófonos y páginas a la oposición garantizaba la derrota de Correa.
Es decir, autorreferenciados como siempre, midieron el éxito de su activismo político dialogando con la derecha sin percibir lo que en la calle la gente expresaba. La derecha, las izquierdas y los medios privados dirán que los pueblos se equivocan. Tacharán (en privado) de “borregos” a todos los que ahora expresen alegría y satisfacción por la victoria obtenida. Nos dirán a los medios públicos que fuimos aparato de propaganda. Nunca reconocerán que tuvimos mucha sensibilidad para hacer el más riguroso oficio periodístico y afrontamos críticamente nuestra condición ciudadana.
Entonces, ¿qué le espera al país y a sus instituciones en los próximos cuatro años? ¿Qué deben hacer la oposición y los medios para trabajar a favor de la injusticia, la inequidad y la pobreza?
Por lo pronto, el sostenimiento de los cambios, de las conquistas sociales y la mejor eficiencia de las políticas públicas también pasa por lo que ha dicho Rafael Correa: “hacer nuevas y mejores cosas”. Y también por algo que las izquierdas deben recordar si van a hacer oposición: “Que manden nuestros pueblos y no los capitales”. Todo eso parece poco y es demasiado a la hora de definir una revolución.
El presidente reelecto sabe que debe concretar las revoluciones agraria, cultural y urbana. La mayoría en la Asamblea debe ser administrada para fijar unos horizontes revolucionarios, un cambio institucional potente, la definición de un marco jurídico para sostener, a largo plazo, el desarrollo del paradigma del Buen Vivir.
A diferencia del 2009, Correa tiene un capital político cualitativamente poderoso, una mayoría legislativa y una experiencia riquísima. Con ese capital, lo ha dicho, le corresponde mucha más creatividad y eficiencia. La relación de poder ya no solo debe inclinarse en su favor en el terreno político. Ahora debe hacerse realidad y de modo urgente la transformación de la matriz productiva si de verdad quiere conducir a todo un pueblo a la realización del socialismo. Necesita cerrar filas dentro de su propio equipo y fortalecer la organicidad de su movimiento político. Y esa tarea deberá advertirse en los próximos días con decisiones simbólicas, que habrán.