«La vida me ha dado tantos golpes que ya parezco piedra, y el único que nunca me abandona es mi amigo fiel. Esto es lo mínimo que puedo hacer para demostrarle que lo amo y lo respeto”, cuenta Agustín Medrano entre empujones de miles de feligreses que, al igual que él, acudieron ayer a la procesión del Cristo del Consuelo.
Y ese amigo del que habla Agustín es el que logra que personas de diferentes partes del país se reúnan, desde hace cincuenta y tres años, para realizar la procesión más grande de Sudamérica.
El responsable: “el amigo fiel”, el hijo de Dios. Jesús. Los católicos recuerdan la muerte de Cristo y aprovechan el Viernes Santo para demostrarle mediante peregrinaciones que su fe es inquebrantable. “Todos los años, desde que era pequeña, vengo. Mi madre me traía y ahora yo traigo a mis hijos. Es mi forma de pedirle perdón por todos mis pecados y demostrarle que aún hay gente en el mundo que cree en él”, dice María Auxiliadora Benítez, de 39 años.
Ella realizó la vigilia en la iglesia Cristo de Consuelo, y a las 07:00, hora en la que inició la procesión, emprendió la caminata sin zapatos, con dos velas en sus manos y un rosario colgado en el cuello. Su hija, Nayeli, a ratos le pedía parar. El Sol parecía también querer formar parte de la peregrinación. La gente se cubría con camisas, sombreros improvisados de papel y gorras, pero María Auxiliadora no.
“Antes las personas eran más exigentes consigo mismas, se hacían penitencias de verdad. Sin zapatos todo el camino, de rodillas, las velas prendidas y que la cera te queme las manos, con calor, lluvia o lodo, lo que sea. Ahora vienen, rezan, cantan, pero ya no se siente esa devoción ferviente, habemos pocos que lo seguimos haciendo y que le enseñamos a nuestros hijos que así debe ser, porque si Cristo murió en la cruz por todos nosotros, esto es un pellizco para lo que él vivió”, expresa.
Aproximadamente 700 mil personas asistieron a la procesión. Una cifra que no sorprende al mayor Luis Páez, del Cuerpo de Bomberos. él lleva 16 años a cargo del operativo que esta institución monta anualmente para esta fecha.
“Lo que más hubo fue niños perdidos y personas asfixiadas, pero todo se resolvió con tranquilidad”. El mayor afirma que no hubo ninguna novedad extraordinaria. Nada que no pase todos los años en la procesión del Cristo del Consuelo.
La caminata, que duró cuatro horas hasta llegar a la iglesia Espíritu Santo, ubicada en Azuay y Gallegos Lara, fue presidida por monseñor Antonio Arregui, quien bendijo y agradeció a los feligreses por las oraciones hechas en su nombre para mejorar su salud.
El operativo realizado por la Policía Nacional, que inició a las 03:00 de ayer, contó con la presencia de 1750 uniformados distribuidos en todas las calles por donde pasó la imagen. Además, policías metropolitanos colaboraron custodiando el lugar, sin embargo, entre el ajetreo y los empujones, a muchas personas les hurtaron sus pertenencias, sobre todo celulares.
Las historias eran muchas, diferentes motivos eran el impulso para estar en la procesión, pero todos tenían uno en común: la fe y el amor a Dios, a su hijo y a la Virgen. Con su vástago en brazos y en ayunas, Manuel Martínez acudió a pedirle a Dios que le dé fuerzas para soportar el abandono de su mujer y sabiduría para criar a Mateo, de tres años.
Susana Cuero inició su penitencia sin zapatos, para demostrarle a Jesús su amor y pedirle perdón por todos sus pecados. Cuando llegó al final sus dedos estaban renegridos y con sangre. Las pisadas de los miles de creyentes la habían lastimado, pero ella no se inmutó. “Es mi penitencia”, decía mientras uno de los 70 voluntarios de la Cruz Roja le limpiaba las heridas.
A las 11:00, cuando la procesión llegó a su fin, la mayoría de comerciantes informales ya había vendido sus productos. Crucifijos, rosarios, velas, estampas, gorras, sombreros, jugos, aguas… Ahora era el turno para los improvisados restaurantes. Mesas de plástico en las aceras y carteles que ofertaban un variado menú “criollo”.
“Todos los años, para la procesión, saco mis mesitas y vendo caldo de salchicha”, comenta Betty Cáceres, quien vive a cuatro cuadras de la iglesia Espíritu Santo. “Es una buena oportunidad para ganar dinero. La gente termina con hambre, porque la mayoría hace la procesión en ayunas y viene caminando desde lejos”.