Carla tiene 30 años y es madre de Patito y Juanito (nombres ficticios). Cuando el mayor de sus hijos tenía tres años, ella tenía 22 y -según cuenta- en ese entonces no sabía como hacer para que Patito le permita hacer sus tareas de la universidad. “Cuando se portaba mal nunca le pegaba, pero sí le ordenaba que no salga de su cuarto por una hora. Ese tiempo aprovechaba al máximo para cumplir con mis deberes. Transcurrida esa hora, él salía tranquilo y podía seguir avanzando con mis quehaceres”, expresó Carla.
Hace tres años, cuando su segundo hijo nació, ella ya había culminado sus estudios universitarios, pero su trabajo como asistente contable le demandaba mucho tiempo. Por esta razón su esposo le pidió que deje de trabajar para que cuide y dedique tiempo a sus hijos.
Desde entonces Carla se convirtió en ama de casa, pero confiesa que la mayoría del tiempo pasaba de mal genio porque el menor de ellos es muy hiperactivo y no se quedaba quieto. “La única solución para que Juanito me dejara tranquila era darle mi celular para que juegue o darle permiso para que juegue en la computadora. Pero una noche se obsesionó con un juego y se portó agresivo conmigo. Por primera vez tuve que darle una nalgada, que me dolió más a mí que a él, y le dije que no salga de su cuarto”.
Pero Carla dejó de castigar a sus hijos cuando esa misma noche Patito le dijo -en sus palabras- que el aislamiento no es la solución y que lo que necesitan es amor. “Me conmovieron tanto las palabras tan sabias de mi hijo de apenas ocho años. Ni más volví a dejarles solos en sus cuartos, al contrario, les dedico todo mi tiempo y trato de educarlos con ternura, pero sobre todo con mucha, mucha paciencia”, dijo Carla convencida de ello.
Ante este tipo de experiencias, Berenice Cordero, especialista de Protección de la Unicef, argumentó que el castigo físico o psicológico puede generar en el niño la errónea creencia de que es un comportamiento normal y aceptable, tanto en el hogar como en la escuela.
“El mensaje más fuerte del castigo es enviar a la cabeza de los niños que la violencia es un comportamiento aceptable y que es normal que la persona adulta utilice la fuerza para someter al más débil. Pero lo que se logra es perpetuar la violencia en la familia y en la sociedad. Por eso se dice que quien fue maltratado, maltrata después”, afirmó Cordero.
Para álvaro Sáenz, secretario del Consejo Nacional de la Niñez y Adolescencia (CNNA), los padres que no pueden educar a sus hijos sin violencia deben recurrir a especialistas en psicología o trabajo social, ya que toda confrontación nunca será bien recibida. “No es pedagógico y no tiene aprendizaje. El maltrato genera un resentimiento con los adultos y cuando este niño crezca, lo va a reproducir en los otros niños y nos convertimos en sociedad maltratante”, explicó Sáenz.
Por su parte Giovanny Pazmiño, técnico de vigilancia social del Consejo Metropolitano de Protección Integral a la Niñez y Adolescencia de Quito (Compina), agregó que el castigo tiene efectos nocivos en el aspecto físico (lesiones, quemaduras, golpes, torceduras), psicológico (baja autoestima, falta de aceptación de sí mismo, timidez, decaimiento) y emocional (afectividad y sentimientos). Por esta razón no puede ser una herramienta educativa.
Asimismo dijo que hay que tomar en cuenta dos aspectos. “El primero, reconocer al niño como sujeto de derechos; es decir, no como un objeto a educar para transmitir los saberes de adultos. Y el otro es el reconocimiento de los adultos como sujetos de derecho; ya que la mayoría de ellos no puede superar sus propios maltratos. Eso significa que no se rompe la cadena o el círculo de maltrato”, explicó Pazmiño.
Según Rebeca Cueva, directora de la Agencia de Comunicación de Niñas, Niños y Adolescentes (Acnna), el castigo en los medios de comunicación se ha convertido en algo cotidiano, perdiendo la capacidad de reaccionar y pensar qué hacer.
“El enfoque se centra en el acto, más no sobre el efecto de la transgresión de derechos. No se habla del efecto del desarrollo integral del niño o adolescente. El castigo es algo que queda marcado en su mentalidad y afecta en su ser. Por esta razón, cuando sea adulto será castigador, porque son los referentes de conducta a seguir”, dijo Cueva.
Según la Junta de Protección de Derechos de la Niñez y Adolescencia de la Zona Centro (JMPDNA-ZC), de enero a junio del 2012 se han recibido 555 casos de vulnerabilidad de derechos de niños y adolescentes, lo cual equivale a un incremento del 66% en comparación con el primer semestre del 2011.
Sáenz considera que la palabra “castigo” no es utilizada correctamente, ya que connota alguna razón para hacerlo. Aclaró que el término adecuado es “maltrato”, por definirse como el desarrollo agresivo entre personas. “El uso de la palabra malcriado es asumir que la responsabilidad de un comportamiento está en el niño. Pero tras esa palabra lo que existe son niños hiperactivos que utilizan mucho su movilidad y no se acomodan al patrón disciplinario adulto de quedarse quieto y escuchando”, anotó Sáenz.
Para Cordero, el castigo físico y el psicológico ejercen presión sobre la dignidad de los niños, más no en la conducta. “El castigo no ofrece una alternativa de aprendizaje. El adulto que castiga lo que hace es desfogar la ira y frustración y no le ofrece ningún aprendizaje al niño. El castigo no está relacionado con la conducta que se quiere corregir. Lo que produce en realidad es miedo y sumisión”, explicó. Para la especialista, la solución sería trabajar con una disciplina propositiva, la cual requiere de reflexión, tiempo y planificación para que los infantes participen y conozcan las normas del hogar.
Por su parte Pazmiño acotó que una de la conclusiones de los talleres realizados por Compina es que la sociedad no ha tenido educación en valores. “El hecho de que el niño crea que su padre le pega por su bien está muy asentado en nuestra cultura y no permite buscar otras alternativas como el afecto y la comunicación asertiva, los cuales se pueden promulgar pero son difíciles de poner en práctica, ya que los adultos no han podido curar sus dolores propios”.
Cueva coincide con Pazmiño en que la sociedad no sabe conversar ni escuchar. “Debemos respetar al otro como sujeto social de derecho”, agregó la directora.