Guardias altos, «pepudos» y con rostro amenazante se bajan de una camioneta gris que acompaña como resguardo a un camión de seguridad blindado, del que salen tres compañeros suyos para retirar dinero de una entidad bancaria. Con pistola automática en mano, el uno, y una mini Uzi, el otro, se colocan entre el vehículo y la puerta de acceso al lugar.
Quienes caminan por el sitio se detienen de pronto. Una señora con su hija, de aproximadamente 4 años, se muestra nerviosa, insulta entre labios y cruza a la acera contraria. Dos hombres que van conversando bajan la vereda y caminan por media calle hasta pasar esos carros y los guardias apostados allí. Los demás transeúntes, con una u otra acción, evitan pasar por el sitio, no sea que algo suceda.
Un guardia de unos 65 años, de estatura media y bastante delgado (tanto que la camisa pareciese algo grande y el sello de la empresa en el hombro le queda mucho más abajo de este) les abre la puerta. La imponente presencia de sus compañeros contrasta con la del vigilante de mayor edad.
Los efectivos de mayor envergadura física aparentan estar aptos para cualquier acción defensiva, de ser necesario. El vigilante de la puerta, de su parte, genera dudas.
Sin embargo, él mismo se encarga de despejarlas. En un diálogo franco, luego de que sus compañeros se retiran del banco con el dinero, Alfredo, como dice llamarse, asegura que no es la estatura ni el ser más «fortachón» lo que importa. «Algunas ocasiones he tenido que 'pararle' el carro a personas que llegan imponentes, que creen que porque soy más viejo que ellos pueden abusar, pero las tácticas aprendidas en los años de trabajo me han servido mucho», cuenta.
Sin conocerlo, Jhon Garaycoa, presidente de la compañía MAC Security, comenta que, en efecto, como dice Alfredo, en lo concerniente a la contextura física de los guardias de seguridad privada «existe de todo tipo», así como lo hay en las filas policiales, puesto que Ecuador es un país pluriétnico.
Asegura que ya no es común que las empresas de seguridad contraten «pepudos» para los puestos de vigilancia, ya que el aspecto físico es secundario, aunque sí es importante tomarles pruebas físicas. «A veces una buena condición física no está precisamente ligada a que una persona sea corpulenta, alta y con músculos; puede serlo y no estar físicamente bien», agrega.
Benito Rodríguez, quiteño, dice ser un ejemplo de ello. Cumplidos los 44 años la tenía muy difícil para encontrar trabajo, pero un día decidió presentar su carpeta para laborar como guardia de seguridad. A los pocos días, una compañía lo llamó y le ofreció una plaza.
«Los requisitos para entrar no eran complicados», dice. Tal vez le ayudó el físico que desarrolló del trabajo como estibador que realizó en la fábrica Nestlé por más de 18 años. Sin embargo, no sabía nada de armas. Pero eso no fue impedimento e igual, luego de un «curso rápido» (explicaciones de cómo manejar un arma) accedió al puesto.
Como él, dice Garaycoa, hay muchos guardias que no han realizado el servicio militar, pero sí han utilizado armas o se les imparte una instrucción básica, por lo que haber ido al cuartel tampoco es un requisito indispensable.
Al respecto, el viceministro del Interior, Javier Córdova, recuerda que si bien es cierto muchos vigilantes privados no han estado correctamente preparados para esta labor, el objetivo ahora es que los 52.300 guardias operativos que se registran en el país sean competentes y proactivos, tanto en su tarea particular como en el control de la seguridad ciudadana.
De allí que, amparado en la transitoria segunda del Reglamento de Formación del Personal de Vigilancia de Seguridad Privada, el Gobierno impulsa un plan para que, más allá de lo físico, estén aptos también en lo preventivo y táctico.
De todas formas, dice Garaycoa, lo mejor antes de contratar el servicio de seguridad privada, asegura, es el polígrafo. «Vemos caras, no corazones; no sabemos si un guardia o una persona puede ser integrante de una banda delictiva. Tal vez nunca ha robado, nunca ha estado preso, pero es parte de una banda y se encarga de dar información, y ¿cómo actúa el ladrón? Justamente por medio de información», explica.
UN NEGOCIO QUE CRECIÓ CON POCO CONTROL
El viceministro del Interior, Javier Córdova, asegura que las empresas de seguridad «tienen que entender que su rol dentro de la sociedad va mucho más allá de un mero negocio», deben ser un apoyo a la Policía «armando una red social» que fortalezca el concepto de seguridad ciudadana.
Y es que en la década de los 90 el negocio presentó un crecimiento desordenado y con poco control. Para 1990 en el país existían 54 compañías de seguridad privada, según datos registrados en la Superintendencia de Compañías, pero entre el 2000 y 2006 el negocio creció un 117%, hasta llegar a 849 empresas operativas. Hasta el 2012 registraban ya 984 compañías de seguridad.
Según el investigador de la Flacso y experto en temas de seguridad, Fernando Carrión, el problema de la seguridad se ha convertido en un buen negocio, «muy rentable, ya que al sector privado no le interesa resolver la seguridad sino obtener ganancias y eso conduce al estímulo de ese mercado por la vía de la generación de la percepción de la inseguridad».
Sobre los guardias, dice que una persona uniformada transmite un efecto disuasivo, pero en la práctica es ineficiente, por ejemplo, «a la hora de actuar en delitos flagrantes», como el caso de los sacapintas. «Los guardias privados no actúan posiblemente porque no están preparados o no hay claridad del rol que deberían cumplir», dice.