El fin de semana se gastó el último saco de harina de trigo que le había prestado un amigo suyo para hornear pan campesino, cachitos de jamón (croissants) y roscones de reyes. El caso de la panadería Aída se está repitiendo en la capital venezolana.
El gobierno es el principal importador del trigo y desde diciembre no distribuye la materia prima a las panaderías por una huelga de los trabajadores de Molinos Nacionales (Monaca), que fue expropiada hace dos años.
Monaca cubre el 40 % del mercado y las otras empresas no han recibido a tiempo las licencias de importación, los certificados de producción y las divisas para la reposición de inventarios. El proceso es lento y burocrático y no será sino a mediados de febrero cuando se normalice la situación en caso de que el gobierno autorice a tiempo las divisas.
Repercusión en la industria
La falta de harina no sólo ha afectado a las panaderías sino también a la industria procesadora de pastas alimenticias, que también están en manos del gobierno. Las pastas a precio regulado están escaseando en el mercado.
«No tenemos pan porque no hay harina», dicen los panaderos. No hace falta siquiera poner letreros. Lo que está a la vista no necesita explicación. El gobierno chavista es el que otorga las divisas y también el que importa. Es un círculo vicioso. Las panaderías han alargado los sacos de harina ahorrando como pueden y prestándose unas a otras el trigo pero ya han agotado sus reservas. Han establecido un horario de producción escalonada de pan salado, reduciendo la fabricación de cachitos, pasteles y dulces. La poca harina que les queda es para hornear tortas con lo que se compensan para no cerrar definitivamente como lo hace la panadería Aida a la espera de mejores tiempos.