La crisis económica ha terminado por derrumbar la confianza de los ciudadanos en la Unión Europea (UE), un proyecto histórico que hoy se tambalea golpeado por el creciente descontento y el cada vez más extendido euroescepticismo.
La crisis ha puesto a la UE más que nunca en el centro de atención y, por ahora, el resultado -con una zona euro que acumula año y medio de recesión y casi 20 millones de parados- ha sido un duro golpe para su imagen y un signo de interrogación cada vez más grande sobre su futuro.
Durante los últimos meses, cada nueva encuesta ha venido a confirmar el hundimiento de la imagen de la UE entre los propios europeos apuntado ya en el último Eurobarómetro, publicado a finales del pasado año.
En él, un 57% de los europeos decía no confiar en la UE, frente a un 33% que sí lo hace, una tendencia que contrasta con las cifras previas a la crisis, cuando el apoyo rondaba el 50% y la percepción negativa no llegaba al 40%.
En algunos de los países más golpeados por la crisis, la desconfianza hacia la Unión Europea alcanza porcentajes más elevados, como el 81% de Grecia y el 72% de España, más llamativos aún si se tiene en cuenta que ambos aparecían hace pocos años entre los Estados miembros de la UE que recibían mayor respaldo.
El apoyo al proyecto europeo ha caído a 45% en el bloque, según una reciente encuesta efectuada en ocho países por el centro de investigaciones estadounidense Pew, que registra una caída de ese respaldo de 15 puntos en el último año.
De los encuestados, Grecia (33%) registra el menor apoyo a la UE, pero el dato también ha caído por debajo del 50% en países tradicionalmente muy europeístas, como España y Francia, que en solo un año han visto bajadas de 14 y 19 puntos, respectivamente.
«Europa está en muy mal estado, el peor de su historia», opina el líder de los socialistas españoles en la Eurocámara, Juan Fernando López Aguilar, que atribuye la situación a la política económica impulsada desde Bruselas.
En declaraciones a EFE, López Aguilar avisa del riesgo de «autodestrucción de la UE» y alerta del desplome de «las fuerzas políticas que históricamente han construido Europa» en detrimento de «populistas, xenófobos, nacionalistas y energúmenos cuyo único hilo conductor es el antieuropeísmo y la eurofobia».
En esa línea, el secretario general del Partido Popular Europeo (PPE), Antonio López-Istúriz, reconoce también la «gran preocupación» que existe por el fenómeno en su formación y en las familias socialdemócrata, liberal y verde, las principales fuerzas en la Eurocámara.
La presión de nuevos partidos, distintos entre sí pero generalmente de corte crítico con la UE, se generaliza en el bloque, con ejemplos sonados como el del UKIP británico, los neonazis de Amanecer Dorado en Grecia o el nacimiento del movimiento antieuro alemán.
«Durante un tiempo se veía como una enfermedad británica, pero el euroescepticismo se ha extendido por el continente como un virus», señala un análisis publicado la pasada semana por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, un centro de estudios con sede en varias capitales europeas.
El informe destaca el desplome generalizado de la confianza en la UE tanto en el sur de Europa -donde cree que los ciudadanos ven en Bruselas un ente que impone medidas reservadas antes a la democracia nacional- como en el norte -donde se considera que la UE no ha sabido controlar las políticas de los socios meridionales-.