Como vaticinaban los sondeos y los resultados de la primera vuelta, el Partido Socialista Francés se ha pegado un sonoro batacazo en las elecciones locales. La derrota tiene un nombre, un responsable político principal en la figura del presidente François Hollande. La única buena noticia para el inquilino del Elíseo ha sido la victoria de la española Anne Hidalgo, que ha salvado la cara en París.
Los comicios rubrican lo que vienen señalando los estudios de opinión, que el presidente vive sus horas más bajas y que los franceses han perdido la confianza en él y en su Gobierno, un gabinete que, muy probablemente se verá obligado a remodelar como solución de emergencia para sortear la crisis política en la que se halla inmerso.
Las razones del desprestigio del presidente y de su pérdida de apoyo electoral son diversas, pero la principal es la económica. En sus ya casi dos años de mandato Hollande no ha encontrado otra vía para reflotar una economía en franca decadencia que la de incrementar la presión sobre unos contribuyentes cada vez más irritados. Habituados a las coberturas de su generoso estado del bienestar, los electores franceses ven con decepción que quien se postuló como paladín de los derechos y las prestaciones sociales se lanza obligado por las circunstancias por la senda de una política de ajustes consistente en más impuestos y menos gastos.
La imagen de revulsivo de la socialdemocracia europea que cultivó Hollande en su campaña se ha topado con la realidad de la firmeza de Merkel y del creciente recelo de los mercados hacia la economía francesa. Esa imagen terminó de hacerse añicos cuando, al poco de salir a la luz sus líos de faldas, el presidente anunció un recorte del gasto de 65.000 millones de euros, un plan totalmente en línea con los dogmas de la austeridad económica que supuestamente iba a combatir. Ni esa ni ninguna de las anteriores medidas impopulares del gobernante socialista han servido para frenar el aumento del desempleo y Francia cerró el año 2013 con una tasa récord del 10,9%.
Por otra parte, la adopción de criterios económicos que no eran los que Hollande hizo suyos como candidato revela otro de los aspectos que más están desgastando su credibilidad, la preeminencia de Alemania en el seno de la Unión Europea y la pérdida de relevancia internacional de Francia. Si su predecesor en el cargo Nicolas Sarkozy hizo gala siempre de su sintonía con la canciller Merkel y logró vender la idea de que ambos formaban una especie de eje director mancomunado en Europa, Hollande no ha podido evitar una sensación de impotencia y sometimiento confirmada por sus volantazos en aras de una urgente pero escurridiza consolidación fiscal.
Causa menor de la pérdida de popularidad del presidente ha sido el affaire Julie Gayet. Si bien parece asumido en el conjunto de la opinión publicada francesa que el presidente tiene derecho a dormir y disfrutar de su vida privada con quien libremente decida, sus fotos abandonando el apartamento en el que se veía a escondidas con la actriz y la posterior ruptura con la que era su pareja, la periodista Valerie Trierweiller, arrojaron dudas sobre la seguridad del presidente y sobre su capacidad para comportarse como hombre de estado. No obstante, pocos dudan de que mucho más que esto a los franceses les importan más los cada mayores impuestos que pagan y el alza del paro.
Foto: AFP