El escándalo del bádminton ha puesto en entredicho, una vez más, los alcances de la deportividad en competiciones en las que la victoria no parece admitir barreras… como sería el caso, al parecer, de los Juegos Olímpicos.
Las autoridades olímpicas descalificaron a dos parejas surcoreanas, una china y otra indonesia, que cometieron numerosos errores básicos durante dos partidos jugados el martes.
Se las encontró culpables de jugar a perder, con el objeto de manipular sus partidos de la siguiente etapa. Las delegaciones de Indonesia y Corea del Sur han apelado, mientras que la de China está investigando por su cuenta.
A simple vista, todo parece muy simple: si un deportista no se esfuerza al límite de su capacidad, no es un verdadero deportista, sino un oportunista, o en el peor de los casos un tramposo, y debe ser sancionado.
Pero el asunto no es tan sencillo: el análisis se escurre y cambia de dirección, como en el mismo bádminton, donde un raquetazo a la «pluma» (ver columna al costado) no garantiza que el endiablado objeto vaya donde se quiere.
Esfuerzos controlados
En primer lugar, tengamos en cuenta que la competición también está hecha de esfuerzo controlado, de la administración de ese esfuerzo, en vez de un despliegue mecánico de energías, como si el atleta fuera una máquina.
Esto resultó evidente durante la carrera de ciclismo que inauguró los juegos, cuando los ciclistas británicos, que se habían lucido pocos días antes en el Tour de Francia, fueron superados tácticamente por sus rivales, que los forzaron a desgastarse cara al viento, protegiendo en vano a su líder, Mark Cavendish.
En vez de correr a toda velocidad todo el tiempo, los ciclistas eligen cuándo y cómo emplearán sus esfuerzos. Y esto no escandaliza, porque así es el juego. Pero el asunto no es tan sencillo: el análisis se escurre y cambia de dirección, como en el mismo bádminton, donde un raquetazo a la «pluma» (ver columna al costado) no garantiza que el endiablado objeto vaya donde se quiere.
Esfuerzos controlados
En primer lugar, tengamos en cuenta que la competición también está hecha de esfuerzo controlado, de la administración de ese esfuerzo, en vez de un despliegue mecánico de energías, como si el atleta fuera una máquina.
Esto resultó evidente durante la carrera de ciclismo que inauguró los juegos, cuando los ciclistas británicos, que se habían lucido pocos días antes en el Tour de Francia, fueron superados tácticamente por sus rivales, que los forzaron a desgastarse cara al viento, protegiendo en vano a su líder, Mark Cavendish.
En vez de correr a toda velocidad todo el tiempo, los ciclistas eligen cuándo y cómo emplearán sus esfuerzos. Y esto no escandaliza, porque así es el juego.
Razón del escándalo
¿Por qué, entonces, escandaliza tanto que estas jugadoras de bádminton no se hayan esforzado al máximo?
Por la sencilla razón de que fueron partidos en que todas las participantes, las cuatro parejas, hicieron esfuerzos para perder, y el resultado, ahora sí, fue grotesco, porque resultó evidente que eran partidos para perder, no ganar.
Entre las motivaciones de por lo menos dos de las cuatro parejas (la china y una coreana) también estuvo el deseo de no enfrentar en la siguiente ronda a parejas compatriotas, reservando los choques para la final… si llegaban a ella.
Una cosa es que un competidor no se esfuerce al máximo, algo casi imposible de medir (puede no estar en su día, o enfermo), y otra es que los dos rivales en un evento deportivo compitan en su determinación de no ganar.
¿Cómo ha sido posible tal cosa?
Sistema round-robin
En el mundillo del bádminton se atribuye esto a la decisión de las autoridades olímpicas de utilizar esta vez un sistema de round-robin en vez del habitual de eliminación.
En el sistema de round-robin, cada participante enfrenta a todos los demás. Las cuatro parejas descalificadas ya estaban clasificadas para la ronda siguiente, y como no tenían necesidad de ganar se podían dar el lujo (así lo creyeron) de perder un partido que, para ellas, era de mero compromiso.
En circunstancias normales no habría escándalo: la pareja que quiere perder, pierde, y la otra agradece el hecho de no tener que esforzarse mucho para ganar.
Pero lo importante es guardar las apariencias, como se decía de la mujer del César, que no sólo debía ser virtuosa sino parecerlo… y el énfasis estaba en esto último.
En los casos que nos ocupan, el espectáculo indignó al público. El árbitro Thorsten Berg estaba tan escandalizado que llegó a mostrar la tarjeta negra de la descalificación, que retiró de mala gana ante la reacción de las jugadoras.