“Mi nombre es Sandra J. hace 16 años vivo en Quito porque aquí puedo realizarme todos los tratamientos que necesito para curar mi enfermedad. Nací en Ibarra, tengo 45 años y soy madre de 2 hijos. Hace 11 años, cuando quedé embarazada de mi primer hijo sentía picazón en el cuerpo”. Es el testimonio de una mujer que vive con hepatitis.
“Los médicos me indicaron que vaya a Quito porque no lograban detectar lo que tenía. Empecé a desesperarme así que viajé al hospital Enrique Garcés. Ahí me diagnosticaron hepatitis A. Me explicaron que yo pude haber adquirido la enfermedad por antecedentes familiares”. Sandra es una de las miles de personas que anualmente luchan contra la enfermedad en el país.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) instó esta semana a los gobiernos a redoblar los esfuerzos para contrarrestar la enfermedad. En el mundo, 500 millones de personas viven con hepatitis crónica, una de las causas del cáncer hepático y de cirrosis hepática.
Bajo este antecedente, la OMS recordó el pasado viernes el Día Mundial contra la Hepatitis y difundió el siguiente mensaje: “Está más cerca de lo que piensas”.
Sandra asegura que su hepatitis es hereditaria. Su tío falleció por la misma causa; no recibió el tratamiento adecuado. “Los médicos creyeron que él tenía problemas en el hígado porque bebía demasiado, pero no consumía alcohol”, dice.
Daniel Cuesta, médico general, explica que el hígado sirve como filtro de la sangre cuando sustancias tóxicas, como el alcohol, el humo del tabaco, la polución, la radiación, los conservantes de alimentos, entre otros, ingresan al cuerpo, se diluyen en la sangre y la contaminan. El hígado neutraliza esas sustancias tóxicas y las convierte en agua que será expulsada posteriormente por la orina, limpiando así el cuerpo.
Si el hígado no funciona o lo hace incorrectamente, el cuerpo se intoxica causando la muerte. Este órgano se puede enfermar cuando algunos virus lo atacan. Ese cuadro compone la hepatitis. Cada virus es diferente y produce un tipo distinto de infección: la hepatitis A y la hepatitis B son las de mayor incidencia.
Cuesta indica que de un buen diagnóstico depende que se combata eficazmente a la enfermedad. “Hay muchos casos de personas infectadas que no han tenido un diagnóstico acertado o solo se han sometido a un chequeo médico, cuando no se someten a un tratamiento la enfermedad se complica”, detalla el médico.
En Ecuador, los casos de hepatitis han registrado altas y bajas. De acuerdo con la información proporcionada por el Ministerio de Salud Pública, en 2007 se registraron 5.288 casos, en 2008 bajaron a 1.885, en 2009 se incrementaron a 3.020 y en 2010 aumentaron a 6.128.
Los episodios más frecuentes se reportaron en las provincias de Pichincha, Esmeraldas, Guayas, El Oro, Manabí, Sucumbíos, Lago Agrio, entre algunas otras. Estas últimas por no contar con servicios básicos, como agua potable.
En Manabí, por ejemplo, se ha registrado un gran número de zonas donde la basura prolifera y causa que aumenten los casos de hepatitis A, la cual puede ser curada, pero esto no ocurre con la hepatitis B, que se transmite por la sangre o por vía sexual.
Cuesta añade que la hepatitis B no tiene síntomas, lo que implica un gran riesgo porque impide que las personas tengan un tratamiento adecuado. “La hepatitis B es una enfermedad silenciosa. En caso de que se trate de una persona de alto riesgo, se recomienda a la gente someterse a un examen de sangre anual y si es posible cada seis meses”, dice el especialista.
Agrega que en caso de que el paciente no cuente con los suficientes recursos económicos se puede donar sangre a la Cruz Roja. Con ese “pretexto” los especialistas le indican a esta persona si tiene o no la enfermedad. El examen le resulta gratis y ahí descarta la posibilidad de padecerla”, manifiesta.