De entre las miles de tortugas de las ecuatorianas islas Galápagos, hay una considerada la más popular entre sus habitantes, «Pepe el Misionero», un macho de unos 63 años con una historia muy especial que se ha convertido en todo un símbolo del archipiélago.
«Pepe» mueve perezosamente la cabeza y se desplaza con lentitud hacia su comida, unas hojas de otoy que mastica con resignación, ya que su comida preferida es la papaya, según explican los cuidadores del Centro de Interpretación del Parque Nacional Galápagos (PNG).
El animal come ajeno al interés que despierta entre los turistas que le visitan, atentos a su singular historia, que comenzó a finales de la década de 1940, cuando pescadores de la isla lo encontraron y se lo regalaron a una familia de la isla de San Cristóbal, los Agama.
En una aquella época, en un archipiélago como Galápagos, cuna de diversas especies de estos reptiles, «tener una tortuga era como tener un perro» para muchas familias, por lo que «Pepe» se crió con normalidad entre los Agama, dijo a Efe uno de los cuidadores del animal.
En 1959, con la creación del PNG, se prohibió la tenencia de galápagos en los hogares, pero la familia propietaria de «Pepe» eludió la disposición de entregar su tortuga a las autoridades y el quelonio siguió su tranquila vida en su domicilio.
«Pepe» fue finalmente entregado a la misión franciscana de San Cristóbal en 1967 y, con permiso de las autoridades del parque, permaneció con los religiosos hasta el año pasado, cuando, por motivos de salud, se decidió su traslado al Centro de Interpretación.
Eso sí, fue llevado allí con la petición expresa de sus hasta entonces propietarios de que se conservara su sobrenombre: «El Misionero».
Cuando llegó «tenía el colesterol elevado y sobrepeso», por lo que en la actualidad sigue una dieta controlada que incluye otoy tres veces por semana y puntia (un tipo de cactus) dos veces al mes, agregó el cuidador.
Pero si solo le dieran estos vegetales acabaría por no comer y por eso todos los días se le suministra algo de guineo (plátano), zanahoria y papaya, a los que está más acostumbrado, explicó.
Y es que durante todos los años que «Pepe» pasó en la misión franciscana comió las cosas más variadas, muchas de ellas inadecuadas, por lo que ahora no es fácil habituarle a seguir la dieta normal para una tortuga.
«Muchos niños iban a la iglesia los domingos para ver a 'Pepe' y llevaban una bolsita de frutas para darle de comer» relató la fuente, quien agregó que «en casi todas las casas de Puerto Baquerizo (capital de San Cristóbal) hay alguna foto de niños subidos encima de la tortuga».
Durante años se creyó que «Pepe» procedía del norte de San Cristóbal, pero recientes estudios genéticos han permitido comprobar que proviene de la zona de Piedras Blancas, en la vecina isla Isabela, y que no es un híbrido, sino un ejemplar puro perteneciente a una subespecie de «chelonoidis nigra».
No puede ser liberado, como se hace con muchas tortugas tras someterlas a un proceso de recuperación, porque «no es capaz de conseguir alimento por si mismo», ya que pasó tanto tiempo en contacto con personas que se acostumbró a recibir alimentos directamente en su boca, en vez de buscarlos por si mismo, explicó la fuente.
Tampoco puede ser trasladado a otras instalaciones del parque donde viven tortugas porque podría tener todavía bacterias en su organismo y contagiar a otros ejemplares.
En el centro dispone de un corral de 15 metros de ancho por 20 de largo, una piscina, un comedero, un refugio y, por supuesto, la atención permanente de los técnicos del Parque Nacional Galápagos.
Al animal, que podría llegar a vivir unos 150 años, «le encanta el agua y se pasa mucho tiempo en su poza», que hay que limpiar cada cierto tiempo para evitar que le afecten hongos, por lo que de vez en cuando tiene que pasar unos días sin disfrutar su baño, según sus cuidadores.
Un problema menor para un ejemplar que ni siquiera ha tenido oportunidad de aparearse y que nunca ha conocido la libertad, aunque disfruta de atenciones que ya quisieran para si muchas tortugas.