La idea que las culturas prehispánicas tenían del tiempo como un proceso cíclico frente a la concepción lineal de la actualidad es, según expertos, la clave para entender en qué consiste exactamente la profecía maya del 21 de diciembre y por qué se ha malinterpretado.
«Aquí primero tenemos un problema epistemológico de un mundo como el nuestro que quiere entender un mundo radicalmente distinto como el mesoamericano prehispánico», afirmó en entrevista con Efe el profesor del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Patrick Johansson.
Los mayas no pudieron vaticinar el fin del mundo, entre otros motivos porque en su cosmovisión no existía el concepto lineal del tiempo que se usa en Occidente, con una mentalidad apocalíptica heredada de la tradición judeo-cristiana. «En el tiempo occidental partimos de una fecha que podría ser, por ejemplo, el nacimiento de Cristo, y de manera totalmente lineal vamos hacia el futuro; en el mundo indígena había ciclos después de los cuales era borrón y cuenta nueva», declaró.
La ya famosa profecía maya, que supuestamente sitúa entre el 21 y 23 de diciembre el fin del mundo, se originó a partir de una lectura errónea de una inscripción hallada en un panel jeroglífico empotrado en un muro, conocido como el Monumento de Tortuguero, en el Estado de Tabasco, al sureste de México.
En ella, según la traducción de la escritura jeroglífica, se lee: «Trece b'aak'tuunes habrán acabado (en el) día 4 ajaw 3 k'ank'iin (21 de diciembre de 2012), ello habrá ocurrido», en referencia a la finalización, según las creencias mayas, de la era que comenzó en el año 3114 a.C., el 13 «batkun».
Para Johansson, aunque ninguno de los pueblos mesoamericanos vaticinó el fin del mundo, sí se preocuparon por esa idea de naturaleza «universal», y tuvieron la capacidad de canalizar ese miedo mediante la creación de los llamados «nemontemi» o «días baldíos», una de las últimas investigaciones del experto.
«El fin del mundo es algo universal, pero los antiguos mexicanos tuvieron la sabiduría de poner a cada año cinco días de caos para tener una vivencia caótica antes de regresar al cómputo calendárico normal, y eso les permitía drenar toda esa angustia que tiene el hombre desde tiempos inmemoriales», precisó.
Estos días «que no contaban» se encontraban al final del último mes del año, que completaban un ciclo del sol. En esas jornadas se producía un «suspenso». Aunque «se contaban en términos de cómputo en el calendario, no estaban contemplados en términos astrológicos», según las últimas indagaciones.
«Por mucho que los mecanismos calendáricos de la temporalidad fueran perfectos, había que insinuar, insertar algunos elementos caóticos, y cada año en los nemontemi o días baldíos había una especie de caos dentro del calendario», agregó.
De esta forma, durante estos cinco días «no se hacía nada» y «si alguien se tropezaba significaba que se iba a caer el resto de su vida», en una especie de «resonancia extraordinaria»: era mejor no padecer ninguna desgracia durante estos días. «Ellos sentían que durante esos cinco días estaban en el caos primordial. Me parece sabio porque evita eventualmente que tengamos que esperar un fin catastrófico del mundo al final de los tiempos, como en el contexto cristiano», dijo el investigador.
Los que tenían la desgracia de nacer durante los días nemontemi «veían su ser permeado por la vanidad de aquellos días y se convertían en personas vanas», es decir, «que no pertenecían a ningún tiempo, ni a ningún lugar», pues ni siquiera tenían «tonalli», una especie de «entidad anímica del cuerpo humano», afirmó.
Este elemento de canalización de la angustia por el fin del mundo, es según el experto, solo una prueba más de la importancia que tenía para las culturas mesoamericanas el registro y el estudio del tiempo, lo que incluso se veía en el lenguaje, donde las fechas hacían el papel de adverbios de tiempo.
Para la profesora e investigadora de lengua y cultura maya de la Universidad Autónoma de Campeche (UACAM) Cessia Esther Chuc Uc, los mayas prehispánicos tenían la necesidad de calcular el tiempo porque les afectaba en todos los aspectos de su vida, desde las previsiones climatológicas y las cosechas, hasta los conflictos entre tribus.
«El tiempo, si bien es matemática pura, también sirvió para tener una estabilidad social y política», aseguró Chuc Uc, quien agregó que esta necesidad procedía también de la estrecha relación que estos pueblos guardaban con la naturaleza. «Había que domesticarla (a la naturaleza), porque también representaba una amenaza a la integridad física, por las sequías, las inundaciones (…), de ahí la importancia del cálculo, que está demostrado que alcanzó grandes avances», precisó.