Ha pasado casi un año desde que este medio realizó un recorrido por varias poblaciones de la Costa para constatar la situación ambiental del río Daule, de donde los guayaquileños obtienen el líquido vital que consumen y con el que preparan los alimentos diariamente. Once meses después de aquella visita, en la superficie del caudal se obtiene la respuesta a las preguntas: ¿el río estará más limpio? o ¿nada ha cambiado?
Es un viernes lluvioso por la mañana en el Daule y “Juan”, con un hilo que hace de caña, captura cerca de la orilla uno de sus primeros pescados del día. No obstante, el hombre pierde la paciencia cuando el caudal le acerca fundas de basura y restos de sacos de yute con los que se empaca el arroz. “Pura enramada y pura basura viene de arriba, desde Santa Lucía y Balzar”, denuncia sin soltar su “caña”.
Otro de sus acompañantes de faena, que tampoco da su nombre por temor a represalias, agrega que la corriente, además, trae consigo envases de productos agroquímicos.
El relacionista público del cabildo, Paúl Caicedo, quien acompaña a este medio de comunicación en las riberas del recorrido por el afluente, escucha aquella recriminación y los reta: “¡Entonces, tomen fotos y denuncien a los que hacen eso!”. A lo que responden: “¿Para qué? Uno tiene su negocio y luego hay represalias”.
En la actualidad, al llegar a esta localidad el visitante se topa con una valla descolorida en la que se pide a los habitantes que no arrojen desperdicios al río. “La campaña de no arrojar basura es un proceso de limpieza”, justifica Fausto López, secretario general de la alcaldía de Daule.
él comenta que desde hace años el río, cuyas aguas llegan hasta la capital de Guayas, está contaminado, pero ahora ese líquido se trata en la nueva planta, que recién tiene 7 meses. “Antes, como no teníamos una, le comprábamos el agua a Guayaquil”.
Felipe León, supervisor general de la planta de Daule, y Otto Córdova, doctor que realiza el muestreo dentro de la instalación, aseguran que en Daule el afluente no presenta tanta turbiedad como en Guayaquil.
Sin embargo, hace varios días Interagua, concesionaria del líquido potable en la urbe porteña, informó que el agua que llegaba a las casas guayaquileñas presentaba olor y sabor raros, debido a que en ese estado provenía de otros sectores.
Según ambos expertos, en las pruebas que realizan cada 15 días al agua cruda del río han encontrado altos índices de coliformes fecales; pero en el proceso de potabilización, luego de echar la cantidad de químicos apropiados, se purifica.
Sin embargo, no solo el agua que se toma directamente del río representa un riesgo para la salud de los habitantes del cantón vecino. También influye la forma en la es transportada hasta las casas. Tanto en la zona rural como urbana se reutilizan recipientes curados (lavados) de agroquímicos para almacenar el líquido vital, leche y otros contenidos.
“La gente lava y vuelve a emplear los envases que antes tenían químicos, pero no se da cuenta de que por su toxicidad debe desecharlos, esa práctica puede producir hasta envenenamiento”, advierte César Moreira, del área de Desarrollo Comunitario del cabildo dauleño.
La plaga y agua sin oxígeno
Desde el puente del recinto San Gabriel, que está sobre un canal de drenaje, los escombros y árboles dejados por el invierno forman una isla de sedimento. A medida que se recorre con la mirada el lugar, aparecen botellas de bebidas, pomas de químicos y extraños huevos de caracol color fucsia.
Perfecto Villamar, habitante del sector, dice que los recipientes llegaron hasta allí debido a que el río Magro se desbordó en invierno y desvió el caudal.
Según él, del norte -de los ríos manabitas que se unen con el río Daule- provienen los envases plásticos. “Los camarones de agua dulce que se comen los huevos de caracol se enferman”.
Al respecto, Otto Córdova, de la planta de tratamiento de agua, informa que en el río también existe contaminación con amonio, producto de las aguas estancadas, que llega desde la represa Daule-Peripa.
Más tachos que peces
En Nobol, las viviendas que se encuentran asentadas en las riberas del río, y que no cuentan con el sistema de alcantarillado, lanzan los desechos de sus letrinas o basura directamente al afluente.
Rafael Vera, un morador que ofrece amablemente su lancha para hacer un “tour” por las zonas contaminadas, a los pocos minutos exclama: “¡Están de suerte! Esto se llena de fundas plásticas y de botellas de matasemilla, a las que les quitan las etiquetas”.
En este caso no fue así. Su copiloto, Panchito Alvarado, al ver flotar un recipiente blanco logró acercar la embarcación, estiró la mano y rápidamente agarró el envase en el que rezaba: “Glifopac”, herbicida de la compañía Agripac, cuyo componente es glifosato y está registrado como categoría toxicológica IV.
De acuerdo con la tabla de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el glifosato no se considera nocivo si tiene contacto con la piel, es inhalado o ingerido, pero sí lo es cuando entra en contacto con los ojos (produce ceguera).
Estudios científicos internacionales han demostrado que causa la muerte de células umbilicales humanas (afecta la fertilidad), por eso en Estados Unidos se prohibió su venta.
Frente al hallazgo, el concejal Segundo Castañeda indica que en el cantón se trata, en lo posible, de educar a la población, pero hay quienes siguen con las viejas costumbres y contaminan.