Cruzar la ciudad, de sur a norte, manteniendo el límite de velocidad (50 km/h) es un reto. La falta de señalización, los autos parqueados sobre la vía, la congestión vehicular y las obras hacen que el tránsito sea más lento.
En cambio, en los sectores donde las vías están despejadas, sin semáforos ni rompevelocidades, es necesario levantar el pie del acelerador y mirar al velocímetro. Hay que contener esas ganas de ganar un poco de tiempo, esas ansias de llegar rápido.
Son las 09:10 del miércoles último, en Quitumbe (sur). El punto de partida: las avenidas Cóndor ñan y Quitumbe.
El recorrido empieza a 50 km/h. El conductor toma el carril central. A la altura de la Administración Zonal Quitumbe, el carril derecho estaba convertido en un parqueadero improvisado.
Al llegar a la intersección con la av. Morán Valverde, la pluma del velocímetro desciende a 30 km/h. Un control policial causa el embotellamiento.
Superado este tramo, el chofer toma la av. Teniente Hugo Ortiz. A pesar de que la vía estaba libre, la velocidad no aumenta. El resto de conductores, en su mayoría, intenta hacer lo mismo. Nadie pita pidiendo al de adelante que acelere. Por detrás de los cristales se ve que los choferes alternan su mirada entre el velocímetro y la avenida. “No estoy acostumbrados a manejar tan despacio. Hay que estar pendientes para no rebasar el límite de velocidad”, comenta José Sevilla.
El reglamento a la Ley de Tránsito establece que los conductores de autos livianos deben conducir en las vías urbanas máximo a 50 km/h y en las perimetrales a 90 km/h (ver recuadro).
Desde Quitumbe a la Atahualpa no hay señalización que advierta sobre la velocidad permitida. Los primeros rótulos que se encuentran están en la av. Teniente Hugo Ortiz y Quisquis.
En este sector, desde la calle Iturralde hasta la av. Mariscal Sucre no hay semáforos. La vía es amplia, tiene tres carriles. En la mañana del miércoles pasado, no hubo mucho flujo vehicular. Tres conductores de carros livianos sacan ventaja de esta situación para presionar un poco más el acelerador. Superan el límite y se alejan irrespetando la Ley.
Al tomar la 5 de Junio, que conecta al sur con el Centro, se reduce la velocidad. Da la impresión de que el límite impuesto es irreal, porque no se puede alcanzar ni los 30 km/h y la sensación de lentitud se acentúa.
Buses, carros livianos y motocicletas comparten un solo carril en cada sentido. Una sensación de encierro se apodera, paradójicamente, de quienes viajan en máquinas que fueron pensadas para desplazamientos rápidos.
En la 5 de Junio hay un letrero que advierte el límite de velocidad. Ya en el Centro, en la calle Venezuela, la desesperación aumenta a velocidad de vértigo. La pluma del tacómetro no supera los 20 km/h y los minutos se vuelven interminables.
Los peatones aprovechan la semiparalización del tránsito para cruzar la calzada, entre la carrocería ardientes por el sol. No hay policías de Tránsito.
Hasta este punto del recorrido ya transcurren 45 minutos. Los conductores ya no se preocupan de ver el velocímetro. Ahora, están atentos a luz roja de los faros traseros de los carros de adelante. Cuando se apaga hay como avanzar un poco, aunque sea un poco.
Ya fuera del Centro Histórico, en la av. América, se puede alcanzar otra vez los 50 km/h. Pero la felicidad dura poco, en la Universidad Central el embotellamiento desvanece el ánimo.
Desde la Colón hasta La Y, el tránsito es lento. Parecería que se participa de un tour por la ciudad, hay tiempo suficiente para admirar las poco atractivas y desconchadas fachadas de los edificios. También el ir y venir de las personas por las aceras, en el verano quiteño.
En la av. Galo Plaza, a las 10:10 hay pocos carros. Los dos carriles centrales están despejados. Otra vez a 50 km/h, conteniendo las ganas de ir más rápido para recuperar en algo el tiempo perdido en el Centro Histórico. Los choferes que van atrás no pitan, parecería que se acostumbran a ese ritmo de desplazamiento.
Al llegar a Calderón son las 10:35. La travesía por la ciudad termina y se siente cansancio.