En la década del noventa Guayaquil apenas tenía un millón y medio de habitantes y pocos sitios de diversión, por lo que la mayoría de discotecas era conocida por los jóvenes. En esos tiempos estaba de moda el rock latino. Los adolescentes lucían cabellos largos y ropas deportivas.
Entonces, Roberto, a sus 20 años de edad, mostraba habilidad para el baile y en su casi 1,80 de estatura se le dibujaban pronunciados músculos, moldeados por el levantamiento de pesas. Ambas actividades le abrieron paso a una tercera: el streep tease. “Yo era streeper en una discoteca”, recuerda con orgullo Roberto, quien en su oficina de la Fundación Amigos por la Vida mira hacia el techo en busca de alguna imagen del pasado.
En esa época mantenía un romance con un chico al que recuerda como “mi anterior pareja”, pero esa historia terminó cuando éste falleció a causa del sida.
Han pasado 20 años, Roberto experimentó la transición entre el siglo XX y XXI, y se mantiene vivo, pese a que es portador del VIH. “Mi pareja y yo vivimos demasiado rápido”, es la explicación que da a cómo lo adquirió.
A sus 40 años de edad luce piel bronceada -a ratos sus mejillas están rosadas-, contextura gruesa y cabellera larga. Continúa involucrado en el mundo del baile, pero ya no es streeper ni posee los músculos de su pasado.
Pocas personas que lo rodean saben que vive con VIH. En su apariencia no hay huella que lo delate. Solo su actual enamorado, los médicos del hospital, ciertos hermanos y sobrinos conocen su realidad. Pero no le ha contado su estado a sus padres. “Tengo temor de que puedan morirse de un infarto cuando se enteren”, dice, demostrando ese miedo.
En 1984 apareció el primer caso de VIH-sida en Guayaquil. El paciente fue atendido por el médico Freddy Cobos (+), ex director del Hospital de Infectología y titular de la sala de VIH.
En ese tiempo, la hija del galeno, Teresa Cobos, tenía 14 años de edad. La ahora doctora, de 40 años, quien también trabaja en consulta externa con esos pacientes en el mismo centro, recuerda que hubo temor en los hospitales. “El primer paciente que vino de Estados Unidos ya estaba en la etapa sida. Primero acudió a un hospital de la ciudad, pero no lo recibieron, de allí lo mandaron acá. Prácticamente vino a morir”, recuerda. “Con el tiempo acá se manejan los casos adecuadamente”, dice.
El doctor Marcos Loor, que atendió las primeras cirugías de pacientes con VIH en 1999, atribuye el discrimen a que como se divulgó un mensaje de miedo entre los ciudadanos, eso quedó grabado en la memoria colectiva. “Es difícil cambiar eso”, cuenta, “hasta yo perdí pacientes en mi consultorio por atender a mujeres con VIH”.
A Teresa Cobos le sorprende que a sus consultas llegan con mayor frecuencia adolescentes y adultos mayores. “Hace poco me llegó un señor de 75 años de edad, quien me confesó que se volvió sexualmente activo gracias al viagra. Pero no usó preservativo porque dijo que en su época no existían tantas enfermedades”. Para ella, una de las soluciones es hacer campañas con más impacto visual.
Mientras eso ocurra, Roberto, sin dar cara a las cámaras, sigue capacitando y dando testimonios de lo que es vivir con VIH. Siempre que lo invitan a la televisión sale en tomas a contraluz y en silueta. Cuando eso pasa, antes llama a casa para que los hermanos le cambien de canal a sus papás para que no se enteren de que es él.
Durante esta semana, salió a entregar cientos de preservativos en el centro de la ciudad. No le sobró ninguno.