El tránsito de Venus que podrá verse en América Central y Norteamérica y continuará hacia Europa es una oportunidad única para la ciencia pero también para la curiosidad humana, aseguran expertos.
«Esencialmente es un eclipse, lo interesante es que ocurre cada cientos de años», dijo Eduardo Araujo, científico de la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera de Estados Unidos (NOAA).
«El planeta pasa entre la Tierra y el Sol y se ve como un puntito que recorre el Sol», explicó.
La distancia es tan grande que no tiene ningún efecto sobre la Tierra pero es una «gran oportunidad» para los científicos, para estudiar los movimientos ondulares, las fuerzas gravitatorias, la densidad y tantos aspectos como sea posible.
Ahora comienza la recogida de datos, los resultados no se verán inmediatamente, los estudios se concluirán en meses y presentarán los primeros hallazgos.
«Es una oportunidad desde el punto de vista del mundo científico y desde el punto de vista de la curiosidad humana es única también», aseguró Araujo, que recordó que no todas las generaciones tienen la oportunidad de ver una transición.
Los tránsitos de Venus son poco comunes, se producen por pares separados ocho años y luego no vuelven a producirse hasta más de cien años después. El último fue el 2004 y tras éste, que completa el par, los expertos calculan que no se producirá otro hasta 2117.
La NASA prevé que comience a las 22.09 GMT y se calcula que tendrá una duración de siete horas.
La entrada se espera que se produzca entre las 22.09 y las 22.27 GMT del 5 de junio y la salida entre las 04.32 y las 04.50 GMT.
Araujo animó a participar en alguna de las actividades que centros de la NASA, planetarios y organizaciones científicas han organizado en todo el mundo para ver este espectáculo único.
Si bien, recordó que hay que hacerlo con precaución y «nunca mirar al sol con los ojos desnudos» porque puede causar desde lesiones oculares hasta ceguera en los casos más severos.
Los expertos recomiendan mirar a través de telescopios preparados o cristales especiales, nunca con gafas de sol normales.
Los tránsitos de Venus captaron la atención del público en el siglo XVIII, cuando el tamaño del Sistema Solar era uno de los mayores misterios de la ciencia, recuerda la NASA en un artículo.
La distancia relativa de los planetas era conocida, pero no así sus distancias absolutas -cuántos kilómetros nos separaban de otro posible mundo- y Venus era la clave, según dedujo el astrónomo Edmund Halley (1656-1742).
Halley consideró que, observando el tránsito desde varios lugares de la Tierra, debería ser posible triangular la distancia a Venus, lo que impulsó grandes expediciones internacionales para otear los tránsitos que se produjeron en 1761 y 1769.
Entre otros partió el explorador James Cook, que fue enviado a Tahití, en la actual Polinesia francesa, en un esfuerzo que algunos historiadores han llamado «el programa Apolo del siglo XVIII».
La NASA apunta que el experimento, en una visión retrospectiva, sonaba mejor de lo que fue su resultado, pues el mal tiempo en algunos lugares de observación y las limitaciones de los instrumentos primitivos causaron «confusión» sobre la densidad real de la atmósfera de Venus y otros datos.
A finales del XIX, los astrónomos, con instrumentos más modernos y cámaras, lograron finalmente medir el tamaño del Sistema Solar como Halley había sugerido con los datos de los tránsitos registrados en 1874 y 1882.
Ahora los científicos del siglo XXI, con satélites en el espacio y mejores cámaras que nunca, esperan poder estudiar cientos de fenómenos como el comportamiento de los planetas extrasolares, en la búsqueda de vida en el universo.