El derrame de petróleo sobre el estero no tomó mucho tiempo. Enseguida, el líquido negro cubrió la principal fuente de agua de la comunidad kichwa de Rumipamba, en la provincia amazónica de Orellana. La envolvió y se quedó allí por más de 25 años.
La primera impresión es fuerte. La mancha negra yace como si fuera parte del paisaje y a contraluz parecería un pantano natural pues no se dimensiona la gravedad hasta que el olor tóxico atrapa el olfato.
La comunidad limpia la nata de petróleo
Allí, en medio de la acuosidad aceitosa, está Patricio Guinda trabajando en la remediación que inició en septiembre de 2010, después de que la comunidad llegara a un acuerdo con Petroecuador para limpiar el área. La expectativa es que el saneamiento concluya en unos dos años, aunque el tiempo podría ser mayor.
“Una remediación en un derrame reciente es fácil, aquí es difícil porque toca cavar dos o tres metros hasta seguir encontrando petróleo”, cuenta Guinda vestido con un overol que orginalmente fue amarillo.
La limpieza es trabajosa, exhaustiva… Tras bombear el fondo del pantano, el hidrocarburo sale a flote y en ese momento los trabajadores, con unos grandes palos, empujan cuidadosamente la espesa nata de petróleo hasta una orilla donde otros obreros la recogen en unas pequeñas redes y la depositan en barriles que después son procesados. El lavado, que se inicia a las 07:00 y termina a las 16:00 diariamente, está a cargo de los propios habitantes que mantienen contrato con Petroecuador y a quienes se les paga por sus servicios.
A Lidia Guinda el derrame le costó un hijo
Pero los afectados aclaran que en el caso de Rumipamba no se trata de un campo petrolero, piscina o pozo, sino de “un derrame provocado” hace más de dos décadas.
Lidia Guinda, de 37 años y madre de siete niños, es una de las mujeres que trabaja en el saneamiento del estero. A ella la contaminación le cobró un hijo casi al nacer. “A los pocos días le empezaron a aparecer unas manchas verdes en el cuerpito y se murió”.
Guinda cree que caminar sobre el petróleo y beber agua no apta fueron las razones. Hasta ahora tienen que esperar que el cielo les mande una lluvia generosa para recoger agua en grandes tanques.
La vida sin agua…
Aunque la pérdida de su hijo ese es su mayor dolor, la falta de cultivos también le atormenta. “No podemos sembrar nada porque nada crece… Tenemos que buscar comida donde sea”.
En esta comunidad kichwa viven alrededor de 500 personas que para obtener agua limpia tienen que buscarla centímetro a centímetro, comprarla o conformarse con beberla contaminada.
Al cuestionarles sobre por qué no se han ido de ahí si la contaminación es tan grave, ellos contestan que no lo harán ya que esa es su tierra, “somos pueblos ancestrales y no la dejaremos por nada”.